El reinado de David
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filisteos, y nuevamente invadieron el país con un poderoso ejército,
tomando posiciones en el valle de Refaim, a poca distancia de la
ciudad de Jerusalén. David y sus hombres de guerra se retiraron a la
fortaleza de Sión, a esperar la dirección divina. “Entonces consultó
David a Jehová, diciendo: “¿Iré contra los filisteos? ¿Los entregarás
en mis manos?” Respondió Jehová a David: “Ve, porque ciertamente
entregaré a los filisteos en tus manos””.
2 Samuel 5:17-25
.
David avanzó de inmediato contra el enemigo, lo venció y des-
truyó, y le quitó los dioses que había llevado al campo de batalla para
asegurar su victoria. Exasperados por la humillación de su derrota,
los filisteos reunieron una fuerza aún mayor, y volvieron al conflicto.
Y otra vez “se desplegaron por el valle de Refaim”. Nuevamente
David buscó al Señor, y el gran YO SOY asumió la dirección de los
ejércitos de Israel,
Dios le dio instrucciones a David, diciéndole: “No subas, sino
rodéalos y atácalos frente a las balsameras. Y cuando oigas ruido
como de marcha por las copas de las balsameras, entonces atacarás,
porque Jehová saldrá delante de ti para derrotar el campamento de
los filisteos”. Si David hubiera hecho como Saúl, es decir, hubiese
decidido por su cuenta, el éxito no le habría acompañado. Pero hizo
como el Señor le había ordenado, “y derrotaron al ejército de los
filisteos desde Gabaón hasta Gezer. Y la fama de David se divulgó
por todas aquellas tierras; y Jehová puso el temor de David sobre
todas las naciones”.
1 Crónicas 14:16, 17
.
Tan pronto David estuvo firmemente establecido en el trono, y
libre de la invasión de enemigos extranjeros, quiso lograr un pro-
pósito que había abrigado por mucho tiempo en su corazón: el de
traer el arca de Dios a Jerusalén. Durante muchos años, el arca había
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permanecido en Kiriat-jearim, a unos quince kilómetros de distan-
cia; pero era propio que la capital de la nación fuera honrada con el
símbolo de la presencia divina.
David citó a treinta mil de los hombres principales de Israel, pues
quería hacer de la ocasión una escena de gran regocijo e imponente
ostentación. El pueblo respondió alegremente a la invitación. El
sumo sacerdote, acompañado de sus hermanos en el cargo sagrado,
y los príncipes y hombres principales de las tribus se congregaron
en Kiriat-jearim. David estaba encendido de celo divino. Se sacó el