Página 672 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Aunque se le negó el permiso para ejecutar el propósito que
había en su corazón, David recibió el mensaje con gratitud. “Señor
Jehová -exclamó-, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú
me hayas traído hasta aquí? Y aun te ha parecido poco esto, Señor
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Jehová, pues también has hablado de la casa de tu siervo en lo por
venir” y renovó su pacto con Dios.
David sabía que sería un honor para él, y que reportaría gloria
a su gobierno, el llevar a cabo la obra que se había propuesto en su
corazón; pero estaba dispuesto a someterse a la voluntad de Dios.
Muy raras veces se ve aun entre los cristianos la resignación
agradecida que él manifestó. ¡Cuán a menudo los que sobrepasaron
los años de más vigor en la vida se aferran a la esperanza de realizar
alguna gran obra a la que aspiran de todo corazón, pero para la cual
no están capacitados! Es posible que la providencia de Dios les
hable, tal como le habló su profeta a David y les advierta que la obra
que tanto desean no les ha sido encomendada. Les toca preparar el
camino para que otro realice la obra. Pero en lugar de someterse con
agradecimiento a la dirección divina, muchos retroceden como si
fueran menospreciados y rechazados, y deciden que si no pueden
hacer lo que desean, no harán nada. Muchos se aferran con energía
desesperada a responsabilidades que son incapaces de llevar y en
vano procuran hacer algo imposible para ellos, mientras descuidan
lo que pudieran hacer. Y por falta de cooperación, la obra mayor es
estorbada o se frustra.
En su pacto con Jonatán, David había prometido que cuando
tuviera descanso de sus enemigos, manifestaría bondad hacia la casa
de Saúl. En su prosperidad, teniendo en cuenta este pacto, el rey
preguntó: “¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl a quien pueda
yo favorecer por amor de Jonatán?” (Véase 2 Samuel 9, 10). Se le
habló de un hijo de Jonatán, Mefi-boset, quien había sido cojo desde
la niñez.
En la fecha de la derrota de Saúl por los filisteos en la llanura
de Jezreel, la nodriza de este niño, tratando de huir con él, lo había
dejado caer, y como consecuencia él quedó lisiado para toda la vida.
David mandó a traer al joven a la corte, y lo recibió con mucha
bondad. Se le devolvieron las propiedades particulares de Saúl para
el mantenimiento de su casa; pero el hijo de Jonatán había de ser
huésped permanente del rey y sentarse diariamente a la mesa real.