Página 684 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Hasta entonces la providencia de Dios había protegido a David
de todas las conspiraciones de sus enemigos, y se había ejercido
directamente para refrenar a Saúl. Pero la transgresión de David
había cambiado su relación con Dios. En ninguna forma podía
el Señor sancionar la iniquidad. No podía ejercitar su poder para
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proteger a David de los resultados de su pecado como lo había
protegido de la enemistad de Saúl.
Se produjo un gran cambio en David mismo. Quebrantaba su
espíritu la comprensión de su pecado y de sus abarcantes resultados.
Se sentía humillado ante los ojos de sus súbditos. Su influencia sufrió
menoscabo. Hasta entonces su prosperidad se había atribuido a su
obediencia concienzuda a los mandamientos del Señor. Pero ahora
sus súbditos, conociendo el pecado de él, podrían verse inducidos
a pecar más libremente. En su propia casa, se debilitó su autoridad
y su derecho a que sus hijos lo respetaran y obedecieran. Cierto
sentido de su culpabilidad lo hacía guardar silencio cuando debía
condenar el pecado; y debilitaba su brazo para ejecutar justicia en su
casa. Su mal ejemplo influyó en sus hijos, y Dios no quiso intervenir
para evitar los resultados. Permitió que las cosas tomaran su curso
natural, y así David fue castigado severamente.
Durante un año entero después de su caída, David vivió en segu-
ridad aparente; no había evidencia externa del desagrado de Dios.
Pero la sentencia divina pendía sobre él. Rápida y seguramente se
aproximaba el día del juicio y del castigo, que ningún arrepentimien-
to podía evitar, es decir, la agonía y la vergüenza que ensombrecía
toda su vida terrenal. Los que, señalando el ejemplo de David, tratan
de aminorar la culpa de sus propios pecados, deben aprender de
las lecciones del relato bíblico que el camino de la transgresión es
duro. Aunque, como David, se arrepientan de sus caminos impíos,
los resultados del pecado, aun en esta vida, serán amargos y difíciles
de soportar.
Dios quiso que la historia de la caída de David sirva como una
advertencia de que aun aquellos a quienes él ha bendecido y favore-
cido grandemente no han de sentirse seguros ni tampoco descuidar
el velar y orar. Así ha resultado para los que con humildad han
procurado aprender lo que Dios quiso enseñar con esa lección. De
generación en generación, miles han sido así inducidos a darse cuen-
ta de su propio peligro frente al poder tentador del enemigo común.