Página 694 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
los querubines, había dicho con respecto a Jerusalén: “Este es para
siempre el lugar de mi reposo” (
Salmos 132:14
), y sin autorización
divina, ni los sacerdotes ni el rey tenían derecho a remover de su
lugar el símbolo de su presencia. Y David sabía que su corazón y
su vida debían estar en armonía con los preceptos divinos; de lo
contrario el arca sería un instrumento de desastre antes que de éxito.
Recordaba siempre su gran pecado. Reconocía en esta conspiración
el justo castigo de Dios. Había sido desenvainada la espada que no
había de apartarse de su casa. Ignoraba cuáles serían los resultados
de la lucha; y no le tocaba a él quitar de la capital de la nación
los sagrados estatutos que representaban la voluntad del Soberano
divino de ella, y que eran la constitución del reino y el fundamento
de su prosperidad.
Ordenó a Sadoc: “Vuelve el arca de Dios a la ciudad; que si yo
hallare gracia en los ojos de Jehová, él me volverá, y me hará ver a
ella y a su tabernáculo: y si dijere: No me agradas: aquí estoy, haga
de mí lo que bien le pareciere”.
David agregó: “¿No eres tú el vidente?” Es decir un hombre
designado por Dios para instruir al pueblo. “Vuelve en paz a la
ciudad y vuelvan con vosotros vuestros dos hijos: Ahimaas, tu hijo,
y Jonatán hijo de Abiatar. Mirad, yo me detendré en los llanos
del desierto, hasta que llegue una respuesta de vosotros que me
traiga noticias”. En la ciudad los sacerdotes podrían prestarle buenos
servicios averiguando todos los movimientos y propósitos de los
rebeldes y comunicándolos secretamente al rey por medio de sus
hijos, Ahimaas y Jonatán.
Al regresar los sacerdotes a Jerusalén, una sombra más densa
cayó sobre la muchedumbre en retirada. Al ver a su rey fugitivo, y a
sí misma desterrada y abandonada por el arca de Dios, le pareció el
futuro oscuro y cargado de terror y negros presentimientos. “David
subió la cuesta de los Olivos, e iba llorando, con la cabeza cubierta y
los pies descalzos. Todo el pueblo que traía consigo cubrió también
cada uno su cabeza, e iban llorando mientras subían.
“Dieron aviso entonces a David diciendo: “Ahitofel está entre los
que conspiraron con Absalón””. Nuevamente, David se vio obligado
a reconocer en sus calamidades los resultados de su propio pecado.
La deserción de Ahitofel, el más capaz y astuto de los dirigentes
políticos, fue motivada por un deseo de vengar el deshonor de familia