Página 696 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Las acusaciones de Simei contra David eran del todo falsas, eran
una calumnia sin fundamento y maligna. David no era culpable de
ningún agravio contra Saúl ni contra su familia. Cuando Saúl estuvo
completamente en su poder, y pudo haberle dado muerte, se limitó a
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cortar la orilla de su manto, y hasta se reprochó por haber mostrado
esta falta de respeto al ungido del Señor.
David había dado pruebas evidentes de que consideraba sagrada
la vida humana hasta cuando él mismo era perseguido como fiera.
Un día mientras estaba escondido en la cueva de Adulam, recordó la
libertad sin aflicciones de su niñez, y el fugitivo exclamó: “¡Quién
me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la
puerta!”
2 Samuel 23:13-57
. Belén estaba entonces en manos de
los filisteos; pero tres hombres valientes de la guardia de David
atravesaron las líneas filisteas, y trajeron agua de Belén. David no
pudo beberla. “Lejos de mí, oh Jehová, que yo haga esto -exclamó-
. ¿He de beber yo la sangre de los hombres que fueron allí con
peligro de su vida?” Y reverentemente derramó el agua en ofrenda
a Dios. David había sido guerrero; y gran parte de su vida había
transcurrido entre escenas de violencia; pero entre todos los que
pasaron por tal prueba, pocos son en verdad los que hayan sido tan
poco afectados por su influencia endurecedora y desmoralizadora
como lo fue David.
El sobrino de David, Abisai, uno de sus capitanes más valientes,
no pudo escuchar con paciencia las palabras insultantes de Simei.
“¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor, el rey? -exclamó-.
Te ruego que me dejes pasar, y le cortaré la cabeza”. Pero el rey se
lo prohibió. “Mirad, mi hijo, salido de mis entrañas, acecha mi vida;
¿cuánto más ahora un hijo de Benjamín? Dejadlo que maldiga, pues
Jehová se lo ha mandado. Acaso Jehová mire mi aflicción y cambie
en bien sus maldiciones de hoy”.
La conciencia le estaba diciendo verdades amargas y humillantes
a David. Mientras que sus súbditos fieles se preguntaban el porqué
de este repentino cambio de fortuna, este no era un misterio para el
rey. A menudo había tenido presentimientos de una hora como esta.
Se había sorprendido de que Dios hubiese soportado durante tanto
tiempo sus pecados y hubiera dilatado la retribución que merecía.
Y ahora en su precipitada y triste huida, con los pies descalzos, y
cambiado su manto real por saco y ceniza, y mientras los lamentos