Página 702 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
No temeré ni a una gran multitud que ponga sitio contra mí. [...]
La salvación es de Jehová. ¡Sobre tu pueblo sea tu bendi-
ción!”
Salmos 3.
David y toda su compañía de guerreros y estadistas, ancianos y
jóvenes, mujeres y niños, cruzaron el profundo y caudaloso río de
corriente rápida, protegidos por la sombra de la noche, “antes que
amaneciera; ni uno solo dejó de pasar el Jordán”.
David y sus fuerzas se retiraron a Mahanaim, que había sido la
sede real de Is-boset. Esta era una ciudad poderosamente fortificada,
rodeada de una región montañosa favorable para la retirada en caso
de guerra. La comarca tenía abundancia de provisiones, y el pueblo
se mostraba amigo de la causa de David. Se le unieron muchos
partidarios, en tanto que los ricos cabecillas de las tribus le traían
abundantes regalos de provisiones y otras cosas necesarias.
El consejo de Husai había logrado su objeto, al proporcionar a
David la oportunidad de escapar; pero no se podía refrenar mucho
tiempo al príncipe temerario e impetuoso; y pronto emprendió la
persecución de su padre. “Y Absalón pasó el Jordán con toda la
gente de Israel”. Absalón nombró a Amasa, hijo de Abigail, hermana
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de David, comandante en jefe de sus fuerzas. Su ejército era grande,
pero era indisciplinado y mal preparado para enfrentarse con los
soldados probados de su padre.
David dividió sus fuerzas en tres batallones bajo el mando de
Joab, Abisai e Itai el geteo, respectivamente. Al principio quiso
dirigir él personalmente su ejército en el campo de batalla; pero
protestaron vehementemente contra esto los oficiales de su ejército,
los consejeros y el pueblo. “No saldrás; porque si nosotros huimos,
no harán caso de nosotros; y aunque la mitad de nosotros muera, no
harán caso de nosotros; pero tú ahora vales tanto como diez mil de
nosotros. Será mejor que tú nos brindes ayuda desde la ciudad. “Yo
haré lo que bien os parezca”, les dijo el rey”.
Las largas filas del ejército rebelde podían divisarse perfectamen-
te desde las murallas de la ciudad. El usurpador estaba acompañado
por una hueste inmensa, en comparación de la cual la fuerza de
David no parecía sino un puñado de hombres. Pero mientras el rey