Página 87 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Después del diluvio
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Por todo lugar yacían cadáveres de hombres y animales. El Señor
no iba a permitir que permanecieran allí para infectar el aire por su
descomposición, y por lo tanto, hizo de la tierra un vasto cementerio.
Un viento violento enviado para secar las aguas, las agitó con gran
fuerza, de modo que en algunos casos derribaron las cumbres de las
montañas y amontonaron árboles, rocas y tierra sobre los cadáveres.
De la misma manera la plata y el oro, las maderas escogidas y las
piedras preciosas, que habían enriquecido y adornado el mundo an-
tediluviano y que la gente idolatrara, fueron ocultados de los ojos de
los hombres. La violenta acción de las aguas amontonó tierra y rocas
sobre estos tesoros, y en algunos casos se formaron montañas sobre
ellos. Dios vio que cuanto más enriquecía y hacía prosperar a los
impíos, tanto más corrompían sus caminos delante de él. Mientras
deshonraban y menospreciaban a Dios, habían adorado los tesoros
que debieron haberlos inducido a glorificar al bondadoso Dador.
La tierra presentaba un indescriptible aspecto de confusión y
desolación. Las montañas, una vez tan bellas en su perfecta sime-
tría, eran ahora quebradas e irregulares. Piedras, riscos y escabrosas
rocas estaban ahora diseminados por la superficie de la tierra. En
muchos sitios, las colinas y las montañas habían desaparecido, sin
dejar huella del sitio en donde habían estado; y las llanuras die-
ron lugar a cordilleras. Estos cambios eran más pronunciados en
algunos lugares que en otros. Donde habían estado los tesoros más
valiosos de oro, plata y piedras preciosas, se veían las señales mayo-
res de la maldición, mientras que esta pesó menos en las regiones
deshabitadas y donde había habido menos crímenes.
En ese tiempo inmensos bosques fueron sepultados. Desde en-
tonces se han transformado en el carbón de piedra de las extensas
capas de hulla que existen hoy día, y han producido también enor-
mes cantidades de petróleo. Con frecuencia la hulla y el petróleo se
encienden y arden bajo la superficie de la tierra. Esto calienta las
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rocas, quema la piedra caliza, y derrite el hierro. La acción del agua
sobre la cal intensifica el calor, y ocasiona terremotos, volcanes y
brotes ígneos. Cuando el fuego y el agua entran en contacto con las
capas de roca y mineral, se producen terribles explosiones subterrá-
neas, semejantes a truenos sordos. El aire se calienta y se vuelve
sofocante. A esto siguen erupciones volcánicas, pero a menudo ellas
no dan suficiente escape a los elementos encendidos, que conmueven