Página 107 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El llamamiento de Abrahán
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El sitio donde se detuvieron primero fué Siquem. A la sombra de
las encinas de Moré, en un ancho y herboso valle, con olivos y ricas
fuentes, entre los montes de Ebal y Gerizim, Abrahán estableció su
campamento. El patriarca había entrado en un país hermoso y bueno,
“tierra de arroyos, de aguas, de fuentes, de abismos que brotan por
vegas y montes; tierra de trigo y cebada, y de vides, e higueras, y
granados; tierra de olivas, de aceite, y de miel.”
Deuteronomio 8:7,
8
. Pero, para el adorador de Jehová, una espesa sombra descansaba
sobre las arboladas colinas y el fructífero valle. “El cananeo estaba
entonces en la tierra.”
Abrahán había alcanzado el blanco de sus esperanzas, pero había
encontrado el país ocupado por una raza extraña y dominada por la
idolatría. En los bosques había altares consagrados a los dioses fal-
sos, y se ofrecían sacrificios humanos en las alturas vecinas. Aunque
Abrahán se aferraba a la divina promesa, estableció allí su campa-
mento con penosos presentimientos. Entonces “apareció Jehová a
Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra.”
Génesis 12:7
. Su fe
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se fortaleció con esta seguridad de que la divina presencia estaba con
él, y de que no estaba abandonado a merced de los impíos. “Y edificó
allí un altar a Jehová, que le había aparecido.”
Vers. 7
. Continuando
aún como peregrino, pronto se marchó a un lugar cerca de Betel, y
de nuevo erigió un altar e invocó el nombre del Señor.
Abrahán, el “amigo de Dios” (
Santiago 2:23
), nos dió un digno
ejemplo. Fué la suya una vida de oración. Dondequiera que esta-
blecía su campamento, muy cerca de él también levantaba su altar,
y llamaba a todos los que le acompañaban al sacrificio matutino y
vespertino. Cuando retiraba su tienda, el altar permanecía allí. En
los años subsiguientes, hubo entre los errantes cananeos algunos
que habían sido instruídos por Abrahán; y siempre que uno de ellos
llegaba al altar, sabía quién había estado allí antes que él; y después
de levantar su tienda, reparaba el altar y allí adoraba al Dios viviente.
Abrahán continuó su viaje hacia el sur; y otra vez fué probada
su fe. El cielo retuvo la lluvia, los arroyos cesaron de correr por
los valles, y se marchitó la hierba de las llanuras. Los ganados no
encontraban pastos, y el hambre amenazaba a todo el campamento.
¿No pondría ahora el patriarca en tela de juicio la dirección de la
Providencia? ¿No miraría hacia atrás anhelando la abundancia de las
llanuras caldeas? Todos observaban ansiosamente para ver qué haría