Abrahán en Canaán
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vida y el carácter de los idólatras, ejercían una influencia notable en
favor de la verdadera fe. Su fidelidad hacia Dios fué inquebrantable,
en tanto que su afabilidad y benevolencia inspiraban confianza y
amistad, y su grandeza sin afectación imponía respeto y honra.
No retuvo su religión como un tesoro precioso que debía guar-
darse celosamente y pertenecer exclusivamente a su poseedor. La
verdadera religión no puede considerarse así, pues un espíritu tal
sería contrario a los principios del Evangelio. Mientras Cristo more
en el corazón, será imposible esconder la luz de su presencia, u
obscurecerla. Por el contrario, brillará cada vez más a medida que
día tras día las nieblas del egoísmo y del pecado que envuelven el
alma sean disipadas por los brillantes rayos del Sol de justicia.
Los hijos de Dios son sus representantes en la tierra y él quiere
que sean luces en medio de las tinieblas morales de este mundo.
Esparcidos por todos los ámbitos de la tierra, en pueblos, ciudades
y aldeas, son testigos de Dios, los medios por los cuales él ha de
comunicar a un mundo incrédulo el conocimiento de su voluntad
y las maravillas de su gracia. El se propone que todos los que par-
ticipan de la gran salvación sean sus misioneros. La piedad de los
cristianos constituye la norma mediante la cual los infieles juzgan al
Evangelio. Las pruebas soportadas pacientemente, las bendiciones
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recibidas con gratitud, la mansedumbre, la bondad, la misericordia y
el amor manifestados habitualmente, son las luces que brillan en el
carácter ante el mundo, y ponen de manifiesto el contraste que existe
con las tinieblas que proceden del egoísmo del corazón natural.
Abrahán, además de ser rico en fe, noble y generoso, inque-
brantable en la obediencia, y humilde en la sencillez de su vida
de peregrino, era sabio en la diplomacia, y valiente y diestro en la
guerra. A pesar de ser conocido como maestro de una nueva religión,
tres príncipes, hermanos entre sí y soberanos de las llanuras de los
amorreos donde él vivía, le demostraron su amistad invitándolo a
aliarse con ellos para alcanzar mayor seguridad; pues el país esta-
ba lleno de violencia y opresión. Muy pronto se le presentó una
oportunidad para valerse de esta alianza.
Chedorlaomer, rey de Elam, había invadido la tierra de Canaán
hacía catorce años, y la había hecho su tributaria. Varios de los
príncipes se habían rebelado ahora, y el rey elamita, con cuatro
aliados, marchó de nuevo contra el país con el fin de someterlo.