Página 115 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

Abrahán en Canaán
111
expedición con el objeto de obtener lucro, y rehusó aprovecharse de
los desdichados; sólo estipuló que sus aliados recibiesen la porción
a que tenían derecho.
Muy pocos, si fueran sometidos a la misma prueba, se hubiesen
mostrado tan nobles como Abrahán. Pocos hubiesen resistido la
tentación de asegurarse tan rico botín. Su ejemplo es un reproche
para los espíritus egoístas y mercenarios. Abrahán tuvo en cuenta
las exigencias de la justicia y la humanidad. Su conducta ilustra la
[130]
máxima inspirada: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Levítico
19:18
. “He alzado mi mano—dijo—a Jehová Dios alto, poseedor
de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta la correa de un
calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, porque no digas: Yo
enriquecí a Abram.”
Génesis 14:22, 23
. No quería darles motivo
para que creyesen que había emprendido la guerra con miras de
lucro, ni que atribuyeran su prosperidad a sus regalos o a su favor.
Dios había prometido bendecir a Abrahán, y a él debía adjudicársele
la gloria.
Otro que salió a dar la bienvenida al victorioso patriarca fué
Melquisedec, rey de Salem, quién trajo pan y vino para alimentar
al ejército. Como “sacerdote del Dios alto,” bendijo a Abrahán, y
dió gracias al Señor, quien había obrado tan grande liberación por
medio de su siervo. Y “dióle Abram los diezmos de todo.”
Vers. 20
.
Abrahán regresó alegremente a su campamento y a sus gana-
dos; pero su espíritu estaba perturbado por pensamientos que no
le abandonaban. Había sido hombre de paz, y hasta donde había
podido, había evitado toda enemistad y contienda; y con horror re-
cordaba la escena de matanza que había presenciado. Las naciones
cuyas fuerzas había derrotado intentarían sin duda invadir de nuevo
a Canaán, y le harían a él objeto especial de su venganza. Enredado
en esta forma en las discordias nacionales, vería interrumpirse la
apacible quietud de su vida. Por otro lado, no había tomado posesión
de Canaán, ni podía esperar ya un heredero en quien la promesa se
hubiese de cumplir.
En una visión nocturna, Abrahán oyó otra vez la voz divina: “No
temas, Abram—fueron las palabras del Príncipe de los príncipes;—
yo soy tu escudo, y tu galardón sobremanera grande.”
Génesis 15:1
.
Pero tenía el ánimo tan deprimido por los presentimientos que no
pudo esta vez aceptar la promesa con absoluta confianza como lo