Página 127 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La prueba de la fe
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corazón de padre se llenó de indecible pesar al separar de su casa a
Agar y a su hijo.
La instrucción impartida a Abrahán tocante a la santidad de la
relación matrimonial, había de ser una lección para todas las edades.
Declara que los derechos y la felicidad de estas relaciones deben
resguardarse cuidadosamente, aun a costa de un gran sacrificio. Sara
era la única esposa verdadera de Abrahán. Ninguna otra persona
debía compartir sus derechos de esposa y madre. Reverenciaba a su
esposo, y en este aspecto el Nuevo Testamento la presenta como un
digno ejemplo. Pero ella no quería que el afecto de Abrahán fuese
dado a otra; y el Señor no la reprendió por haber exigido el destierro
de su rival.
Tanto Abrahán como Sara desconfiaron del poder de Dios, y este
error fué la causa del matrimonio con Agar. Dios había llamado a
Abrahán para que fuese el padre de los fieles, y su vida había de
servir como ejemplo de fe para las generaciones futuras. Pero su fe
no había sido perfecta. Había manifestado desconfianza para con
Dios al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, y también al
casarse con Agar.
Para que pudiera alcanzar la norma más alta, Dios le sometió a
otra prueba, la mayor que se haya impuesto jamás a hombre alguno.
En una visión nocturna se le ordenó ir a la tierra de Moria para
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ofrecer allí a su hijo en holocausto en un monte que se le indicaría.
Cuando Abrahán recibió esta orden, había llegado a los ciento
veinte años. Se le consideraba ya un anciano, aun en aquella genera-
ción. Antes había sido fuerte para arrostrar penurias y peligros, pero
ya se había desvanecido el ardor de su juventud. En el vigor de la
virilidad, uno puede enfrentar con valor dificultades y aflicciones
capaces de hacerle desmayar en la senectud, cuando sus pies se acer-
can vacilantes hacia la tumba. Pero Dios había reservado a Abrahán
su última y más aflictiva prueba para el tiempo cuando la carga de
los años pesaba sobre él y anhelaba descansar de la ansiedad y el
trabajo.
El patriarca moraba en Beerseba rodeado de prosperidad y honor.
Era muy rico y los soberanos de aquella tierra le honraban como a
un príncipe poderoso. Miles de ovejas y vacas cubrían la llanura que
se extendía más allá de su campamento. Por doquiera estaban las
tiendas de su séquito para albergar centenares de siervos fieles. El