Página 128 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
hijo de la promesa había llegado a la edad viril junto a su padre. El
Cielo parecía haber coronado de bendiciones la vida de sacrificio y
paciencia frente a la esperanza aplazada.
Por obedecer con fe, Abrahán había abandonado su país natal,
había dejado atrás las tumbas de sus antepasados y la patria de
su parentela. Había andado errante como peregrino por la tierra
que sería su heredad. Había esperado durante mucho tiempo el
nacimiento del heredero prometido. Por mandato de Dios, había
desterrado a su hijo Ismael. Y ahora que el hijo a quien había deseado
durante tanto tiempo entraba en la edad viril, y el patriarca parecía
estar a punto de gozar de lo que había esperado, se hallaba frente a
una prueba mayor que todas las demás.
La orden fué expresada con palabras que debieron torturar an-
gustiosamente el corazón de aquel padre: “Toma ahora tu hijo, tu
único, Isaac, a quien amas, ... y ofrécelo allí en holocausto.”
Génesis
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22:2
. Isaac era la luz de su casa, el solaz de su vejez, y sobre todo
era el heredero de la bendición prometida. La pérdida de este hijo
por un accidente o alguna enfermedad hubiera partido el corazón
del amante padre; hubiera doblado de pesar su encanecida cabeza;
pero he aquí que se le ordenaba que con su propia mano derramara
la sangre de ese hijo. Le parecía que se trataba de una espantosa
imposibilidad.
Satanás estaba listo para sugerirle que se engañaba, pues la ley
divina mandaba: “No matarás,” y Dios no habría de exigir lo que
una vez había prohibido. Abrahán salió de su tienda y miró hacia el
sereno resplandor del firmamento despejado, y recordó la promesa
que se le había hecho casi cincuenta años antes, a saber, que su
simiente sería innumerable como las estrellas. Si se había de cumplir
esta promesa por medio de Isaac, ¿cómo podía ser muerto? Abrahán
estuvo tentado a creer que se engañaba. Dominado por la duda y
la angustia, se postró de hinojos y oró como nunca lo había hecho
antes, para pedir que se le confirmase si debía llevar a cabo o no
este terrible deber. Recordó a los ángeles que se le enviaron para
revelarle el propósito de Dios acerca de la destrucción de Sodoma, y
que le prometieron este mismo hijo Isaac. Fué al sitio donde varias
veces se había encontrado con los mensajeros celestiales, esperando
hallarlos allí otra vez y recibir más instrucción; pero ninguno de
ellos vino en su ayuda. Parecía que las tinieblas le habían cercado;