Página 130 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Ni aun entonces murmuró Abrahán contra Dios, sino que for-
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taleció su alma espaciándose en las evidencias de la bondad y la
fidelidad de Dios. Se le había dado este hijo inesperadamente; y el
que le había dado este precioso regalo ¿no tenía derecho a reclamar
lo que era suyo? Entonces su fe le repitió la promesa: “En Isaac
te será llamada descendencia” (
Génesis 21:12
), una descendencia
incontable, numerosa como la arena de las playas del mar. Isaac era
el hijo de un milagro, y ¿no podía devolverle la vida el poder que se
la había dado? Mirando más allá de lo visible, Abrahán comprendió
la divina palabra, “considerando que aun de entre los muertos podía
Dios resucitarle.”
Hebreos 11:19 (VM)
.
No obstante, nadie sino Dios pudo comprender la grandeza del
sacrificio de aquel padre al acceder a que su hijo muriese; Abrahán
deseó que nadie sino Dios presenciase la escena de la despedida.
Ordenó a sus siervos que permaneciesen atrás, diciéndoles: “Yo y el
muchacho iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a vosotros.”
Isaac, que iba a ser sacrificado, cargó con la leña; el padre llevó el
cuchillo y el fuego, y juntos ascendieron a la cima del monte. El
joven iba silencioso, deseando saber de dónde vendría la víctima, ya
que los rebaños y los ganados habían quedado muy lejos. Finalmente
dijo: “Padre mío, ... he aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el
cordero para el holocausto?” ¡Oh, qué prueba tan terrible era ésta!
¡Cómo hirieron el corazón de Abrahán esas dulces palabras: “Padre
mío!” No, todavía no podía decirle, así que le contestó: “Dios se
proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.”
Génesis 22:5-8
.
En el sitio indicado construyeron el altar, y pusieron sobre él
la leña. Entonces, con voz temblorosa, Abrahán reveló a su hijo el
mensaje divino. Con terror y asombro Isaac se enteró de su destino;
pero no ofreció resistencia. Habría podido escapar a esta suerte si lo
hubiera querido; el anciano, agobiado de dolor, cansado por la lucha
de aquellos tres días terribles, no habría podido oponerse a la vo-
luntad del joven vigoroso. Pero desde la niñez se le había enseñado
a Isaac a obedecer pronta y confiadamente, y cuando el propósito
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de Dios le fué manifestado, lo aceptó con sumisión voluntaria. Par-
ticipaba de la fe de Abrahán, y consideraba como un honor el ser
llamado a dar su vida en holocausto a Dios. Con ternura trató de
aliviar el dolor de su padre, y animó sus debilitadas manos para que
ataran las cuerdas que lo sujetarían al altar.