Página 131 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La prueba de la fe
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Por fin se dicen las últimas palabras de amor, derraman las últi-
mas lágrimas, y se dan el último abrazo. El padre levanta el cuchillo
para dar muerte a su hijo, y de repente su brazo es detenido. Un ángel
del Señor llama al patriarca desde el cielo: “Abraham, Abraham.”
El contesta en seguida: “Heme aquí.” De nuevo se oye la voz: “No
extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; que ya co-
nozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo, tu único.”
Vers. 11, 12
.
Entonces Abrahán vió “un carnero a sus espaldas trabado en un
zarzal,” y en seguida trajo la nueva víctima y la ofreció “en lugar
de su hijo.” Lleno de felicidad y gratitud, Abrahán dió un nuevo
nombre a aquel lugar sagrado y lo llamó “Jehová Yireh,” o sea,
“Jehová proveerá.”
Vers. 13, 14
.
En el monte Moria Dios renovó su pacto con Abrahán y confirmó
con un solemne juramento la bendición que le había prometido a él
y a su simiente por todas las generaciones futuras. “Por mí mismo
he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has
rehusado tu hijo, tu único; bendiciendo te bendeciré, y multiplicando
multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y como la arena
que está a la orilla del mar; y tu simiente poseerá las puertas de sus
enemigos: en tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra,
por cuanto obedeciste a mi voz.”
Vers. 16-18
.
El gran acto de fe de Abrahán descuella como un fanal de luz,
que ilumina el sendero de los siervos de Dios en las edades subsi-
guientes. Abrahán no buscó excusas para no hacer la voluntad de
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Dios. Durante aquel viaje de tres días tuvo tiempo suficiente para
razonar, y para dudar de Dios si hubiera estado inclinado a hacerlo.
Pudo pensar que si mataba a su hijo, se le consideraría asesino, como
un segundo Caín, lo cual haría que sus enseñanzas fuesen desecha-
das y menospreciadas, y de esa manera se destruiría su facultad de
beneficiar a sus semejantes. Pudo alegar que la edad le dispensaba
de obedecer. Pero el patriarca no recurrió a ninguna de estas excu-
sas. Abrahán era humano, y sus pasiones y sus inclinaciones eran
como las nuestras; pero no se detuvo a inquirir cómo se cumpliría la
promesa si Isaac muriera. No se detuvo a discutir con su dolorido
corazón. Sabía que Dios es justo y recto en todos sus requerimientos,
y obedeció el mandato al pie de la letra.