Página 137 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La destrucción de Sodoma
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comparable belleza. La frescura del atardecer había atraído fuera de
las casas a los habitantes de la ciudad, y las muchedumbres amantes
del placer se paseaban gozando de aquel momento.
A la caída de la tarde, dos forasteros se acercaron a la puerta
de la ciudad. Parecían viajeros que venían a pasar allí la noche.
Nadie pudo reconocer en estos humildes caminantes a los poderosos
heraldos del juicio divino, y poco pensaba la alegre e indiferente
muchedumbre que, en su trato con estos mensajeros celestiales, esa
misma noche colmaría la culpabilidad que condenaba a su orgullosa
ciudad. Pero hubo un hombre que demostró a los forasteros una ama-
ble atención, convidándolos a su casa. Lot no conocía el verdadero
carácter de los visitantes, pero la cortesía y la hospitalidad eran una
costumbre en él, eran una parte de su religión, eran lecciones que
había aprendido del ejemplo de Abrahán. Si no hubiera cultivado
este espíritu de cortesía, habría sido abandonado para que pereciera
con los demás habitantes de Sodoma. Muchas familias, al cerrar sus
puertas a un forastero, han excluído a algún mensajero de Dios, que
les habría proporcionado bendición, esperanza y paz.
En la vida, todo acto, por insignificante que sea, tiene su influen-
cia para el bien o para el mal. La fidelidad o el descuido en lo que
parecen ser deberes menos importantes puede abrir la puerta a las
más ricas bendiciones o a las mayores calamidades. Son las cosas
pequeñas las que prueban el carácter. Dios mira con una sonrisa
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complaciente los actos humildes de abnegación cotidiana, si se rea-
lizan con un corazón alegre y voluntario. No hemos de vivir para
nosotros mismos, sino para los demás. Sólo olvidándonos de noso-
tros mismos y abrigando un espíritu amable y ayudador, podemos
hacer de nuestra vida una bendición. Las pequeñas atenciones, los
actos sencillos de cortesía, contribuyen mucho a la felicidad de la
vida, y el descuido de estas cosas influye no poco en la miseria
humana.
Conociendo Lot el maltrato a que los forasteros estarían ex-
puestos en Sodoma, consideró deber suyo protegerlos, ofreciéndoles
hospedaje en su propia casa. Estaba sentado a la puerta de la ciudad
cuando los viajeros se acercaron, y al verlos, se levantó para ir a su
encuentro, e inclinándose cortésmente, les dijo: “Ahora, pues, mis se-
ñores, os ruego que vengáis a casa de vuestro siervo y os hospedéis.”
Véase
Génesis 19
. Pareció que rehusaban su hospitalidad cuando