Página 160 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Ni bien hubo dejado Jacob la tienda de su padre, entró Esaú.
Aunque había vendido su primogenitura y confirmado el trueque
con un solemne juramento, estaba ahora decidido a conseguir sus
bendiciones, a pesar de las protestas de su hermano. Con la primoge-
nitura espiritual estaba unida la temporal, que le daría el gobierno de
la familia y una porción doble de las riquezas de su padre. Estas eran
bendiciones que él podía avalorar. “Levántese mi padre—dijo,—y
coma de la caza de su hijo, para que me bendiga tu alma.”
Temblando de asombro y congoja, el anciano padre se dió cuenta
del engaño cometido contra él. Habían sido frustradas las caras espe-
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ranzas que había albergado durante tanto tiempo, y sintió en el alma
el desengaño que había de herir a su hijo mayor. Sin embargo, se le
ocurrió como un relámpago la convicción de que era la providencia
de Dios la que había vencido su intención, y había realizado aquello
mismo que él había resuelto impedir. Se acordó de las palabras que
el ángel había dicho a Rebeca, y no obstante el pecado del cual
Jacob ahora era culpable, vió en él al hijo más capaz para realizar
los propósitos de Dios. Cuando las palabras de la bendición estaban
en sus labios, había sentido sobre sí el Espíritu de la inspiración; y
ahora, conociendo todas las circunstancias, ratificó la bendición que
sin saberlo había pronunciado sobre Jacob: “Yo le bendije, y será
bendito.”
Esaú había menospreciado la bendición mientras parecía estar a
su alcance, pero ahora que se le había escapado para siempre, deseó
poseerla. Se despertó toda la fuerza de su naturaleza impetuosa y
apasionada, y su dolor e ira fueron terribles. Gritó con intensa amar-
gura: “Bendíceme también a mí, padre mío.” “¿No has guardado
bendición para mí?” Pero la promesa dada no se había de revocar.
No podía recobrar la primogenitura que había trocado tan descuida-
damente. “Por una vianda,” con que satisfizo momentáneamente el
apetito que nunca había reprimido, vendió Esaú su herencia; y cuan-
do comprendió su locura, ya era tarde para recobrar la bendición.
“No halló lugar de arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.”
Hebreos 12:16, 17
. Esaú no quedaba privado del derecho de buscar
la gracia de Dios mediante el arrepentimiento; pero no podía encon-
trar medios para recobrar la primogenitura. Su dolor no provenía de
que estuviese convencido de haber pecado; no deseaba reconciliarse