Página 164 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

160
Historia de los Patriarcas y Profetas
Todo esto se le reveló a Jacob en su sueño. Aunque su mente
comprendió en seguida una parte de la revelación, sus grandes y
misteriosas verdades fueron el estudio de toda su vida, y las fué
comprendiendo cada vez mejor.
Jacob se despertó de su sueño en el profundo silencio de la
noche. Las relucientes figuras de su visión se habían desvanecido.
Sus ojos no veían ahora más que los contornos obscuros de las
colinas solitarias y sobre ellas el cielo estrellado. Pero experimentaba
un solemne sentimiento de que Dios estaba con él. Una presencia
invisible llenaba la soledad. “Ciertamente Jehová está en este lugar—
dijo,—y yo no lo sabía.... No es otra cosa que casa de Dios, y puerta
del cielo.”
“Y levantóse Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto
de cabecera, y alzóla por título, y derramó aceite encima de ella.”
Siguiendo la costumbre de conmemorar los acontecimientos de
importancia, Jacob erigió un monumento a la misericordia de Dios,
para que siempre que pasara por aquel camino, pudiese detenerse en
ese lugar sagrado para adorar al Señor. Y llamó aquel lugar Betel; o
sea, “casa de Dios.” Con profunda gratitud repitió la promesa que
le aseguraba que la presencia de Dios estaría con él; y luego hizo el
solemne voto: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje
que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si tornare
en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios, y esta piedra que he
puesto por título, será casa de Dios: y de todo lo que me dieres, el
[185]
diezmo lo he de apartar para ti.”
Génesis 28:20-22
.
Jacob no estaba tratando de concertar condiciones con Dios. El
Señor ya le había prometido prosperidad, y este voto era la expresión
de un corazón lleno de gratitud por la seguridad del amor y la mise-
ricordia de Dios. Jacob comprendía que Dios tenía sobre él derechos
que estaba en el deber de reconocer, y que las señales especiales
de la gracia divina que se le habían concedido, le exigían recipro-
cidad. Cada bendición que se nos concede demanda una respuesta
hacia el Autor de todos los dones de la gracia. El cristiano debiera
repasar muchas veces su vida pasada, y recordar con gratitud las
preciosas liberaciones que Dios ha obrado en su favor, sosteniéndole
en la tentación, abriéndole caminos cuando todo parecía tinieblas y
obstáculos, y dándole nuevas fuerzas cuando estaba por desmayar.
Debiera reconocer todo esto como pruebas de la protección de los