Página 166 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
pocas semanas bastaron para mostrar el valor de su diligencia y
habilidad, y se le exhortó a quedarse. Convinieron en que serviría a
Labán siete años por la mano de Raquel.
En los tiempos antiguos era costumbre que el novio, antes de
confirmar el compromiso del matrimonio, pagara al padre de su
novia, según las circunstancias, cierta suma de dinero o su valor en
otros efectos. Esto se consideraba como garantía del matrimonio.
No les parecía seguro a los padres confiar la felicidad de sus hijas a
hombres que no habían hecho provisión para mantener una famila. Si
no eran bastante frugales y enérgicos para administrar sus negocios
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y adquirir ganado o tierras, se temía que su vida fuese inútil. Pero se
hacían arreglos para probar a los que no tenían con que pagar la dote
de la esposa. Se les permitía trabajar para el padre cuya hija amaban,
durante un tiempo, que variaba según la dote requerida. Cuando el
pretendiente era fiel en sus servicios, y se mostraba digno también
en otros aspectos, recibía a la hija por esposa, y, generalmente, la
dote que el padre había recibido se la daba a ella el día de la boda.
Pero tanto en el caso de Raquel como en el de Lea, el egoísta Labán
se quedó con la dote que debía haberles dado a ellas; y a eso se
refirieron cuando dijeron antes de marcharse de Mesopotamia: “Nos
vendió, y aun se ha comido del todo nuestro precio.”
Génesis 31:15
.
Esta antigua costumbre, aunque muchas veces se prestaba al abu-
so, como en el caso de Labán, producía buenos resultados. Cuando
se pedía al pretendiente que trabajara para conseguir a su esposa, se
evitaba un casamiento precipitado, y se le permitía probar la profun-
didad de sus afectos y su capacidad para mantener a su familia. En
nuestro tiempo, resultan muchos males de una conducta diferente.
Muchas veces ocurre que antes de casarse las personas tienen poca
oportunidad de familiarizarse con sus mutuos temperamentos y cos-
tumbres; y en cuanto a la vida diaria, cuando unen sus intereses ante
el altar, casi no se conocen. Muchos descubren demasiado tarde que
no se adaptan el uno al otro, y el resultado de su unión es una vida
miserable. Muchas veces sufren la esposa y los niños a causa de la
indolencia, la incapacidad o las costumbres viciosas del marido y
padre. Si, como lo permitía la antigua costumbre, se hubiese probado
el carácter del pretendiente antes del casamiento, habrían podido
evitarse muchas desgracias.