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Historia de los Patriarcas y Profetas
Era una región solitaria y montañosa, madriguera de fieras y
escondite de salteadores y asesinos. Jacob solo e indefenso, se in-
clinó a tierra profundamente acongojado. Era medianoche. Todo lo
que le hacía apreciar la vida estaba lejos y expuesto al peligro y a
la muerte. Lo que más le amargaba era el pensamiento de que su
propio pecado había traído este peligro sobre los inocentes. Con
vehementes exclamaciones y lágrimas oró delante de Dios.
De pronto sintió una mano fuerte sobre él. Creyó que un enemi-
go atentaba contra su vida, y trató de librarse de las manos de su
agresor. En las tinieblas los dos lucharon por predominar. No se
pronunció una sola palabra, pero Jacob desplegó todas sus energías
y ni un momento cejó en sus esfuerzos. Mientras así luchaba por su
vida, el sentimiento de su culpa pesaba sobre su alma; sus pecados
surgieron ante él, para alejarlo de Dios. Pero en su terrible aflicción
recordaba las promesas del Señor, y su corazón exhalaba súplicas
de misericordia.
La lucha duró hasta poco antes del amanecer, cuando el desco-
nocido tocó el muslo de Jacob, dejándolo incapacitado en el acto.
Entonces reconoció el patriarca el carácter de su adversario. Com-
prendió que había luchado con un mensajero celestial, y que por
eso sus esfuerzos casi sobrehumanos no habían obtenido la victoria.
Era Cristo, “el Angel del pacto,” el que se había revelado a Jacob.
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El patriarca estaba imposibilitado y sufría el dolor más agudo, pero
no aflojó su asidero. Completamente arrepentido y quebrantado,
se aferró al Angel y “lloró, y rogóle” (
Oseas 12:4
), pidiéndole la
bendición. Debía tener la seguridad de que su pecado estaba per-
donado. El dolor físico no bastaba para apartar su mente de este
objetivo. Su resolución se fortaleció y su fe se intensificó en fervor
y perseverancia hasta el fin.
El Angel trató de librarse de él y le exhortó: “Déjame, que raya
el alba;” pero Jacob contestó: “No te dejaré, si no me bendices.”
Si ésta hubiese sido una confianza jactanciosa y presumida, Jacob
habría sido aniquilado en el acto; pero tenía la seguridad del que
confiesa su propia indignidad, y sin embargo confía en la fidelidad
del Dios que cumple su pacto.
Jacob “venció al Angel, y prevaleció.” Por su humillación, su
arrepentimiento y la entrega de sí mismo, este pecador y extraviado
mortal prevaleció ante la Majestad del cielo. Se había asido con