Página 175 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

La noche de lucha
171
temblorosa mano de las promesas de Dios, y el corazón del Amor
infinito no pudo desoír los ruegos del pecador.
El error que había inducido a Jacob al pecado de alcanzar la
primogenitura por medio de un engaño, ahora le fué claramente ma-
nifestado. No había confiado en las promesas de Dios, sino que había
tratado de hacer por su propio esfuerzo lo que Dios habría hecho
a su tiempo y a su modo. En prueba de que había sido perdonado,
su nombre, que hasta entonces le había recordado su pecado, fué
cambiado por otro que conmemoraba su victoria. “No se dirá más tu
nombre Jacob [el suplantador]—dijo el Angel,—sino Israel: porque
has peleado con Dios y con los hombres, y has vencido.”
Jacob alcanzó la bendición que su alma había anhelado. Su peca-
do como suplantador y engañador había sido perdonado. La crisis de
su vida había pasado. La duda, la perplejidad y los remordimientos
habían amargado su existencia; pero ahora todo había cambiado; y
[198]
fué dulce la paz de la reconciliación con Dios. Jacob ya no tenía
miedo de encontrarse con su hermano. Dios, que había perdonado
su pecado, podría también conmover el corazón de Esaú para que
aceptase su humillación y arrepentimiento.
Mientras Jacob luchaba con el Angel, otro mensajero celestial
fué enviado a Esaú. En un sueño éste vió a su hermano desterrado
durante veinte años de la casa de su padre; presenció el dolor que
sentiría al saber que su madre había muerto; le vió rodeado de las
huestes de Dios. Esaú relató este sueño a sus soldados, con la orden
de que no hicieran daño alguno a Jacob, porque el Dios de su padre
estaba con él.
Por fin las dos compañías se acercaron una a la otra, el jefe del
desierto al frente de sus guerreros, y Jacob con sus mujeres e hijos,
acompañado de pastores y siervas, y seguido de una larga hilera de
rebaños y manadas. Apoyado en su cayado, el patriarca avanzó al
encuentro de la tropa de soldados. Estaba pálido e imposibilitado
por la reciente lucha, y caminaba lenta y penosamente, deteniéndose
a cada paso; pero su cara estaba iluminada de alegría y paz.
Al ver a su hermano cojo y doliente, “Esaú corrió a su encuentro,
y abrazóle, y echóse sobre su cuello, y le besó; y lloraron.”
Génesis
33:4
. Hasta los corazones de los rudos soldados de Esaú fueron
conmovidos, cuando presenciaron esta escena. A pesar de que él les
había relatado su sueño no podían explicarse el cambio que se había