Página 182 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Por último, llegó Jacob al fin de su viaje y vino “a Isaac su padre
a Mamre, ... que es Hebrón, donde habitaron Abraham e Isaac.”
Ahí se quedó durante los últimos días de la vida de su padre. Para
Isaac, débil y ciego, las amables atenciones de este hijo tanto tiempo
ausente, fueron un consuelo en los años de soledad y duelo.
Jacob y Esaú se encontraron junto al lecho de muerte de su padre.
En otro tiempo, el hijo mayor había esperado este acontecimiento
como una ocasión para vengarse; pero desde entonces sus sentimien-
tos habían cambiado considerablemente. Y Jacob, muy contento
con las bendiciones espirituales de la primogenitura, renunció en
favor de su hermano mayor a la herencia de las riquezas del padre, la
única herencia que Esaú había buscado y avalorado. Ya no estaban
distanciados por los celos o el odio; y sin embargo, se separaron,
marchándose Esaú al monte Seir. Dios, que es rico en bendición,
había otorgado a Jacob riqueza terrenal además del bien superior que
había buscado. La posesión de los dos hermanos “era grande, y no
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podían habitar juntos, ni la tierra de su peregrinación los podía soste-
ner a causa de sus ganados.” Esta separación se verificó de acuerdo
con el propósito de Dios respecto a Jacob. Como los hermanos se
diferenciaban tanto en su religión, para ellos era mejor morar aparte.
Esaú y Jacob habían sido instruídos igualmente en el conoci-
miento de Dios, y los dos pudieron andar según sus mandamientos
y recibir su favor; pero no hicieron la misma elección. Tomaron
diferentes caminos, y sus sendas se habían de apartar cada vez más
una de otra.
No hubo una elección arbitraria de parte de Dios, por la cual
Esaú fuera excluido de las bendiciones de la salvación. Los dones
de su gracia mediante Cristo son gratuitos para todos. No hay elec-
ción, excepto la propia, por la cual alguien haya de perecer. Dios ha
expuesto en su Palabra las condiciones de acuerdo con las cuales se
elegirá a cada alma para la vida eterna: la obediencia a sus manda-
mientos, mediante la fe en Cristo. Dios ha elegido un carácter que
está en armonía con su ley, y todo el que alcance la norma requerida,
entrará en el reino de la gloria. Cristo mismo dijo: “El que cree en
el Hijo, tiene vida eterna; mas el que es incrédulo al Hijo, no verá
la vida.” “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino
de los cielos: mas el que
hiciere la voluntad de mi Padre
que está
en los cielos.”
Juan 3:36
;
Mateo 7:21
. Y en el Apocalipsis declara: