Página 199 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

José y sus hermanos
195
espías parecía segura, y tenían poca esperanza de obtener que su
padre consintiera en enviar a Benjamín.
Al tercer día, José hizo llevar a sus hermanos ante él. No se
atrevía a detenerlos por más tiempo. Su padre y las familias que
estaban con él podían estar sufriendo por la escasez de alimentos.
“Haced esto, y vivid—dijo:—Yo temo a Dios: si sois hombres de
verdad, quede preso en la casa de vuestra cárcel uno de vuestros
hermanos; y vosotros id, llevad el alimento para el hambre de vuestra
casa: pero habéis de traerme a vuestro hermano menor, y serán
verificadas vuestras palabras, y no moriréis.” Ellos convinieron en
aceptar esta propuesta, aunque expresando poca esperanza de que
su padre permitiera a Benjamín volver con ellos.
José se había comunicado con ellos mediante un intérprete, y sin
sospechar que el gobernador los comprendía, conversaron libremente
el uno con el otro en su presencia. Se acusaron mutuamente de cómo
habían tratado a José: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro
hermano, que vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no
le oímos: por eso, ha venido sobre nosotros esta angustia.” Rubén
que había querido librarlo en Dotán, agregó: “¿No os hablé yo y
dije: No pequéis contra el mozo; y no escuchasteis? He aquí también
su sangre es requerida.”
José, que escuchaba, no pudo dominar su emoción, y salió y
[228]
lloró. Al volver, ordenó que se atara a Simeón ante ellos, y le hizo
volver a la cárcel. En el trato cruel hacia su hermano, Simeón había
sido el instigador y protagonista, y por esta razón la elección recayó
sobre él.
Antes de permitir la salida de sus hermanos, José ordenó que se
les diera abundancia de cereal, y que el dinero de cada uno fuera
puesto secretamente en la boca de su saco. Se les proporcionó
también forraje para sus bestias para el viaje de regreso. En el
camino, uno de ellos, al abrir su saco, se sorprendió al encontrar
su bolsa de plata. Al anunciarlo a los otros, se sintieron alarmados
y perplejos, y se dijeron el uno al otro: “¿Qué es esto que nos ha
hecho Dios?” ¿Debían considerarlo como una demostración de la
bondad del Señor, o que él lo había permitido para castigarlos por
sus pecados y afligirlos más hondamente todavía? Reconocían que
Dios había visto sus pecados, y que ahora estaba castigándolos.