Página 200 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Jacob esperaba ansiosamente el regreso de sus hijos, y a su vuelta
todo el campamento se reunió anhelante alrededor de ellos mientras
relataban a su padre todo lo que había ocurrido. La alarma y el recelo
llenaron el corazón de todos. La conducta del gobernador egipcio
sugería algún mal propósito, y sus temores se confirmaron, cuando
al abrir los sacos cada uno encontró su dinero. En su angustia el
anciano padre exclamó: “Habéisme privado de mis hijos; José no
parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis: contra mí
son todas estas cosas.” Rubén respondió: “Harás morir a mis dos
hijos, si no te lo volviere; entrégalo en mi mano, que yo lo volveré a
ti.” Estas palabras temerarias no aliviaron la preocupación de Jacob.
Su contestación fué: “No descenderá mi hijo con vosotros; que su
hermano es muerto, y él solo ha quedado: y si le aconteciere algún
desastre en el camino por donde vais, haréis descender mis canas
con dolor a la sepultura.”
Pero la sequía continuaba, y al cabo de cierto tiempo la provisión
de granos que habían traído de Egipto estaba casi agotada. Los
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hijos de Jacob sabían muy bien que sería vano regresar a Egipto sin
Benjamín. Tenían poca esperanza de cambiar la resolución del padre,
y esperaban la crisis en silencio. La sombra del hambre se hacía cada
vez más obscura; en los ansiosos rostros de todo el campamento el
anciano leyó su necesidad; por fin dijo: “Volved, y comprad para
nosotros un poco de alimento.”
Judá contestó: “Aquel varón nos protestó con ánimo resuelto,
diciendo: No veréis mi rostro sin vuestro hermano con vosotros.
Si enviares a nuestro hermano con nosotros, descenderemos y te
compraremos alimento: pero si no le enviares, no descenderemos:
porque aquel varón nos dijo: No veréis mi rostro sin vuestro hermano
con vosotros.” Viendo que la resolución de su padre empezaba a
vacilar, agregó: “Envía al mozo conmigo, y nos levantaremos e
iremos, a fin que vivamos y no muramos nosotros, y tú, y nuestros
niños,” y se ofreció como garante de su hermano, comprometiéndose
a aceptar la culpa para siempre si no devolvía a Benjamín a su padre.
Jacob no pudo negar su consentimiento por más tiempo, y ordenó
a sus hijos que se prepararan para el viaje. También les mandó que
llevaran al gobernador un regalo de las cosas que podía proporcionar
aquel país devastado por el hambre, “un poco de bálsamo, y un
poco del miel, aromas y mirra, nueces y almendras,” y también una