Página 201 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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José y sus hermanos
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cantidad doble de dinero. “Tomad también a vuestro hermano, y
levantaos, y volved a aquel varón.” Cuando sus hijos se disponían
a emprender su incierto viaje, el anciano padre se puso de pie, y
levantando los brazos al cielo pronunció esta oración: “El Dios
Omnipotente os dé misericordias delante de aquel varón, y os suelte
al otro vuestro hermano, y a este Benjamín. Y si he de ser privado
de mis hijos, séalo.”
Otra vez viajaron a Egipto, y se presentaron ante José. Cuando
los ojos de éste vieron a Benjamín, el hijo de su propia madre, se
conmovió mucho. Sin embargo, ocultó su emoción, y ordenó que
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los llevaran a su casa, e hicieran preparativos para que comieran con
él.
Al ser llevados al palacio del gobernador, los hermanos se alar-
maron grandemente, temiendo que se los llamase a cuenta por el
dinero encontrado en los sacos. Creyeron que pudiera haberse puesto
allí intencionalmente, con el fin de tener una excusa para conver-
tirlos en esclavos. En su angustia, consultaron al mayordomo de la
casa, y le explicaron las circunstancias de su visita a Egipto; y en
prueba de su inocencia le informaron que habían traído de vuelta el
dinero encontrado en los sacos, y también más dinero para comprar
alimentos; y agregaron: “No sabemos quién haya puesto nuestro
dinero en nuestros costales.” El hombre contestó: “Paz a vosotros,
no temáis; vuestro Dios y el Dios de vuestro padre os dió el tesoro en
vuestros costales: vuestro dinero vino a mí.” Su ansiedad se alivió, y
cuando se les unió Simeón, que había sido libertado de su prisión,
creyeron que Dios era realmente misericordioso con ellos.
Cuando el gobernador volvió a verlos, le presentaron sus regalos,
y humildemente inclináronse a él a tierra. José recordó nuevamente
sus sueños, y después de saludar a sus huéspedes, se apresuró a
preguntarles: “¿Vuestro padre, el anciano que dijisteis, lo pasa bien?
¿vive todavía?” “Bien va a tu siervo nuestro padre; aun vive,” fué la
respuesta, mientras se inclinaban reverentemente otra vez. Entonces
sus ojos se fijaron en Benjamín, y dijo: “¿Es éste vuestro hermano
menor, de quien me hablasteis? ... Dios tenga misericordia de ti, hijo
mío.” Pero abrumado por sus sentimientos de ternura, no pudo decir
más. “Y entróse en su cámara, y lloró allí.”
Después de recobrar su dominio propio, volvió, y todos proce-
dieron al festín. De acuerdo con las leyes de casta, a los egipcios se