Página 202 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
les prohibía comer con gente de cualquier otra nación. A los hijos de
Jacob, por lo tanto, se les asignó una mesa separada, mientras que
el gobernador, debido a su alta jerarquía, comía solo, y los egipcios
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también comían en mesas aparte. Cuando todos estaban sentados,
los hermanos se sorprendieron al ver que estaban dispuestos en or-
den exacto, conforme a sus edades. “Y él tomó viandas de delante
de sí para ellos; mas la porción de Benjamín era cinco veces como
cualquiera de las de ellos.” Mediante esta demostración de favor en
beneficio de Benjamín, José esperaba averiguar si sentían hacia el
hermano menor la envidia y el odio que le habían manifestado a él.
Creyendo todavía que José no comprendía su lengua, los hermanos
conversaron libremente entre sí; de modo que le dieron buena opor-
tunidad de conocer sus verdaderos sentimientos. Deseaba probarlos
aún más, y antes de su partida ordenó que ocultaran su propia copa
de plata en el saco del menor.
Alegremente emprendieron su viaje de regreso. Simeón y Benja-
mín iban con ellos; sus animales iban cargados de cereales, y todos
creían que habían escapado felizmente de los peligros que pare-
cieron circundarlos. Pero apenas habían llegado a las afueras de la
ciudad cuando fueron alcanzados por el mayordomo del gobernador,
quien les hizo la hiriente pregunta: “¿Por qué habéis vuelto mal por
bien? ¿No es esta copa en la que bebe mi señor, y por medio de la
cual él suele adivinar? Habéis hecho mal en lo que hicisteis.” (V.M.)
Se suponía que esa copa poseía la virtud de descubrir cualquier
substancia venenosa que se pusiese en ella. En aquel entonces, las
copas de esta clase eran altamente apreciadas como una protección
contra el envenenamiento.
A la acusación del mayordomo los viajeros contestaron: “¿Por
qué dice mi señor tales cosas? Nunca tal hagan tus siervos. He aquí,
el dinero que hallamos en la boca de nuestros costales, te lo volvimos
a traer desde la tierra de Canaán; ¿cómo, pues, habíamos de hurtar
de casa de tu señor plata ni oro? Aquel de tus siervos en quien fuere
hallada la copa, que muera, y aun nosotros seremos siervos de mi
señor.” “También ahora sea conforme a vuestras palabras—dijo el
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mayordomo; aquél en quien se hallare, será mi siervo, y vosotros
seréis sin culpa.”
En seguida principió la búsqueda. “Ellos entonces se dieron
prisa, y derribando cada uno su costal en tierra, abrió cada cual el