Página 213 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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José y sus hermanos
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que le enviaron un mensaje: “Tu padre mandó antes de su muerte,
diciendo: Así diréis a José: Ruégote que perdones ahora la maldad
de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron: por tanto ahora
te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu
padre.” Este mensaje conmovió a José y le hizo derramar lágrimas,
así que, animados por esto, sus hermanos fueron y se postraron ante
él, diciéndole: “Henos aquí por tus siervos.” El amor de José hacia
sus hermanos era profundo y desinteresado, y sintió dolor ante la
idea de que le creyeran capaz de abrigar un espíritu vengativo contra
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ellos. “No temáis—dijo él:—¿estoy yo en lugar de Dios? Vosotros
pensasteis mal sobre mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo
que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues,
no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos.”
La vida de José ilustra la vida de Cristo. Fué la envidia la que
impulsó a los hermanos de José a venderlo como esclavo. Esperaban
impedir que llegase a ser superior a ellos. Y cuando fué llevado a
Egipto, se vanagloriaron de que ya no serían molestados con sus
sueños y de que habían eliminado toda posibilidad de que éstos
se cumplieran. Pero su proceder fué contrarrestado por Dios y él
lo hizo servir para cumplir el mismo acontecimiento que trataban
de impedir. De la misma manera los sacerdotes y dirigentes judíos
sintieron celos de Cristo y temieron que desviaría de ellos la atención
del pueblo. Le dieron muerte para impedir que llegase a ser rey, pero
al obrar así provocaron ese mismo resultado.
Mediante su servidumbre en Egipto, José se convirtió en el sal-
vador de la familia de su padre. No obstante, este hecho no aminoró
la culpa de sus hermanos. Asimismo la crucifixión de Cristo por
sus enemigos le hizo Redentor de la humanidad, Salvador de la raza
perdida y soberano de todo el mundo; pero el crimen de sus asesinos
fué tan execrable como si la mano providencial de Dios no hubiese
dirigido los acontecimientos para su propia gloria y para bien de los
hombres.
Así como José fué vendido a los paganos por sus propios her-
manos, Cristo fué vendido a sus enemigos más enconados por uno
de sus discípulos. José fué acusado falsamente y arrojado en una
prisión por su virtud; asimismo Cristo fué menospreciado y rechaza-
do porque su vida recta y abnegada reprendía el pecado; y aunque
no fué culpable de mal alguno, fué condenado por el testimonio