Página 221 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Moisés
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Al siguiente día Moisés vió a dos hebreos que reñían entre sí,
uno de ellos era evidentemente culpable. Moisés le reprendió, y el
hombre, oponiéndosele, le negó el derecho a intervenir y le acusó
así vilmente de un crimen: “¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y
juez sobre nosotros? ¿piensas matarme como mataste al egipcio?”
Todo el asunto, exagerado en sumo grado, se supo rápidamente
entre los egipcios, y hasta llegó a oídos de Faraón. Se le dijo al rey
que este acto era muy significativo; que Moisés tenía el propósito
de acaudillar a su pueblo contra los egipcios; que quería derrocar el
gobierno y ocupar el trono; y que no habría seguridad para el reino
mientras él viviese. El monarca decidió en seguida que debía morir.
Reconociendo su peligro, Moisés huyó hacia Arabia.
El Señor dirigió su marcha, y encontró asilo en casa de Jetro,
sacerdote y príncipe de Madián que también adoraba a Dios. Des-
pués de un tiempo, Moisés se casó con una de las hijas de Jetro; y
allí, al servicio de su suegro como pastor de ovejas, permaneció por
espacio de cuarenta años.
Al dar muerte al egipcio, Moisés había caído en el mismo error
que cometieron tan a menudo sus antepasados; es decir, había in-
tentado realizar por sí mismo lo que Dios había prometido hacer.
Dios no se proponía libertar a su pueblo mediante la guerra, como
pensó Moisés, sino por su propio gran poder, para que la gloria fuese
atribuída sólo a él. No obstante, aun de este acto apresurado se valió
el Señor para cumplir sus propósitos. Moisés no estaba preparado
para su gran obra. Aun tenía que aprender la misma lección de fe
que se les había enseñado a Abrahán y a Jacob, es decir, a no de-
pender, para el cumplimiento de las promesas de Dios, de la fuerza
y sabiduría humanas, sino del poder divino. Había otras lecciones
que Moisés había de recibir en medio de la soledad de las montañas.
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En la escuela de la abnegación y las durezas había de aprender a
ser paciente y a temperar sus pasiones. Antes de poder gobernar
sabiamente, debía ser educado en la obediencia. Antes de poder
enseñar el conocimiento de la divina voluntad a Israel, su propio
corazón debía estar en plena armonía con Dios. Mediante su propia
experiencia debía prepararse para ejercer un cuidado paternal sobre
todos los que necesitasen su ayuda.
El ser humano se habría evitado ese largo período de trabajo y
obscuridad, por considerarlo como una gran pérdida de tiempo. Pero