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Historia de los Patriarcas y Profetas
En su servidumbre los israelitas habían perdido hasta cierto
punto el conocimiento de la ley de Dios, y se habían apartado de sus
preceptos. El sábado había sido despreciado por la generalidad, y las
exigencias de los “comisarios de tributos” habían hecho imposible
su observancia. Pero Moisés había mostrado a su pueblo que la
obediencia a Dios era la primera condición para su liberación; y los
esfuerzos hechos para restaurar la observancia del sábado habían
llegado a los oídos de sus opresores. (
Véase el Apéndice, nota 4.
)
El rey, muy airado, sospechaba que los israelitas tenían el propó-
sito de rebelarse contra su servicio. El descontento era el resultado
de la ociosidad; trataría de que no tuviesen tiempo para dedicarlo
a proyectos peligrosos. Inmediatamente dictó medidas para hacer
más severa su servidumbre y aplastar el espíritu de independencia.
El mismo día, ordenó hacer aun más cruel y opresivo su trabajo.
En aquel país el material de construcción más común eran los
ladrillos secados al sol; las paredes de los mejores edificios se cons-
truían de este material, y luego se recubrían de piedra; y la fabrica-
ción de los ladrillos requería un gran número de siervos. Como el
barro se mezclaba con paja, para que se adhiriera bien, se requerían
grandes cantidades de este último elemento; el rey ordenó ahora que
no se suministrara más paja; que los obreros debían buscarla ellos
mismos, y esto exigiéndoseles que produjeran la misma cantidad de
ladrillos.
Esta orden causó gran consternación entre los israelitas por todos
los ámbitos del país. Los comisarios egipcios habían nombrado a
capataces hebreos para dirigir el trabajo del pueblo, y estos capata-
ces eran responsables de la producción de los que estaban bajo su
cuidado. Cuando la exigencia del rey se puso en vigor, el pueblo se
diseminó por todo el país para recoger rastrojo en vez de paja; pero
les fué imposible realizar la cantidad de trabajo acostumbrada. A
causa del fracaso, los capataces hebreos fueron azotados cruelmente.
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Estos capataces creyeron que su opresión venía de sus comisa-
rios, y no del rey mismo; y se presentaron ante éste con sus quejas.
Su protesta fué recibida por Faraón con un denuesto: “Estáis ociosos,
sí, ociosos, y por eso decís: Vamos, y sacrifiquemos a Jehová.” Se les
ordenó regresar a su trabajo, con la declaración de que de ninguna
manera se aligerarían sus cargas. Al volver, encontraron a Moisés
y a Aarón y clamaron ante ellos: “Mire Jehová sobre vosotros, y