Página 231 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Las plagas de Egipto
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juzgue; pues habéis hecho heder nuestro olor delante de Faraón y de
sus siervos, dándoles el cuchillo en las manos para que nos maten.”
Cuando Moisés oyó estos reproches se afligió mucho. Los su-
frimientos del pueblo habían aumentado en gran manera. Por toda
la tierra se elevó un grito de desesperación de ancianos y jóvenes,
y todos se unieron para culparlo a él por el desastroso cambio de
su condición. Con amargura de alma Moisés clamó a Dios: “Señor
¿por qué afliges a este pueblo? ¿para qué me enviaste? Porque desde
que yo vine a Faraón para hablarle en tu nombre, ha afligido a este
pueblo; y tú tampoco has librado a tu pueblo.” La contestación fué:
“Ahora verás lo que yo haré a Faraón; porque con mano fuerte los
ha de dejar ir, y con mano fuerte los ha de echar de su tierra.” Otra
vez le recordó el pacto hecho con sus padres, y le aseguró que sería
cumplido.
Durante todos los años de servidumbre pasados en Egipto, había
habido entre los israelitas algunos que se habían mantenido fieles a
la adoración de Jehová. Estos se preocupaban profundamente cuan-
do veían a sus hijos presenciar diariamente las abominaciones de
los paganos, y aun postrarse ante sus falsos dioses. En su dolor cla-
maban al Señor pidiéndole liberación del yugo egipcio, para poder
librarse de la influencia corruptora de la idolatría. No ocultaban su
fe, sino que declaraban a los egipcios que el objeto de su adoración
era el Hacedor del cielo y de la tierra, el único Dios verdadero y
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viviente. Y repasaban las evidencias de su existencia y poder, desde
la creación hasta los días de Jacob. Así tuvieron los egipcios opor-
tunidad de conocer la religión de los hebreos; pero desdeñaron que
sus esclavos los instruyeran y trataron de seducir a los adoradores
de Dios prometiéndoles recompensas, y al fracasar esto, empleaban
las amenazas y crueldades.
Los ancianos de Israel trataron de sostener la desfalleciente fe
de sus hermanos, repitiéndoles las promesas hechas a sus padres,
y las palabras proféticas con que, antes de su muerte, José predijo
la liberación de su pueblo de Egipto. Algunos escucharon y creye-
ron. Otros, mirando las circunstancias que los rodeaban, se negaron
a tener esperanza. Los egipcios, al saber lo que pasaba entre sus
siervos, se mofaron de sus esperanzas y desdeñosamente negaron el
poder de su Dios. Les señalaron su situación de pueblo esclavo, y
dijeron burlonamente: “Si vuestro Dios es justo y misericordioso y