Página 235 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Las plagas de Egipto
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Pero el príncipe del mal tenía todavía un objeto más profundo
al hacer sus maravillas por medio de los magos. El sabía muy bien
que Moisés, al romper el yugo de la servidumbre de los hijos de
Israel, prefiguraba a Cristo, quien había de quitar el yugo del pecado
de sobre la familia humana. Sabía que cuando Cristo apareciese,
haría grandes milagros para mostrar al mundo que Dios le había
enviado. Satanás tembló por su poder. Falsificando la obra que Dios
hacía por medio de Moisés, esperaba no sólo impedir la liberación
de Israel, sino ejercer además una influencia que a través de las
edades venideras destruiría la fe en los milagros de Cristo. Satanás
trata constantemente de falsificar la obra de Jesús, para establecer
su propio poder y sus pretensiones. Induce a los hombres a explicar
los milagros de Cristo como si fueran resultado de la habilidad y
del poder humanos. De esa manera destruye en muchas mentes la fe
en Cristo como Hijo de Dios, y las lleva a rechazar los bondadosos
ofrecimientos de misericordia hechos mediante el plan de redención.
A Moisés y Aarón se les indicó que a la mañana siguiente se di-
rigieran a la ribera del río, adonde solía ir el rey. Como las crecientes
del Nilo eran la fuente del alimento y la riqueza de todo Egipto, se
adoraba a este río como a un dios, y el monarca iba allá diariamente
a cumplir sus devociones. En ese lugar los dos hermanos le repitie-
ron su mensaje, y después, alargando la vara, hirieron el agua. La
sagrada corriente se convirtió en sangre, los peces murieron, y el río
se tornó hediondo. El agua que estaba en las casas, y la provisión
que se guardaba en las cisternas también se transformó en sangre.
Pero “los encantadores de Egipto hicieron lo mismo.” “Y tornando
Faraón volvióse a su casa, y no puso su corazón aun en esto.” La
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plaga duró siete días, pero sin efecto alguno.
Nuevamente se alzó la vara sobre las aguas, y del río salieron ra-
nas que se esparcieron por toda la tierra. Invadieron las casas, donde
tomaron posesión de las alcobas, y aun de los hornos y las artesas.
Este animal era considerado por los egipcios como sagrado, y no
querían destruirlo. Pero las viscosas ranas se volvieron intolerables.
Pululaban hasta en el palacio de Faraón, y el rey estaba impaciente
por alejarlas de allí. Los magos habían aparentado producir ranas,
pero no pudieron quitarlas. Al verlo, Faraón fué humillado. Llamó a
Moisés y a Aarón y dijo: “Orad a Jehová que quite las ranas de mí y
de mi pueblo; y dejaré ir al pueblo, para que sacrifique a Jehová.”