Página 236 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Luego de recordar al rey su jactancia anterior, le pidieron que desig-
nara el tiempo en que debieran orar para que desapareciera la plaga.
Faraón designó el día siguiente, con la secreta esperanza de que en
el intervalo las ranas desapareciesen por sí solas, librándolo de esa
manera de la amarga humillación de someterse al Dios de Israel. La
plaga, sin embargo, continuó hasta el tiempo señalado, en el cual
en todo Egipto murieron las ranas, pero permanecieron sus cuerpos
putrefactos corrompiendo la atmósfera.
El Señor pudo haber convertido las ranas en polvo en un mo-
mento, pero no lo hizo, no fuese que una vez eliminadas, el rey y su
pueblo dijeran que había sido el resultado de hechicerías y encanta-
mientos como los que hacían los magos. Cuando las ranas murieron,
fueron juntadas en montones. Con esto, el rey y todo Egipto tuvieron
una evidencia que su vana filosofía no podía contradecir, vieron que
esto no era obra de magia, sino un castigo enviado por el Dios del
cielo.
“Y viendo Faraón que le habían dado reposo, agravó su corazón.”
Entonces, en virtud del mandamiento de Dios, Aarón alargó la mano,
y el polvo de la tierra se convirtió en piojos por todos los ámbitos de
Egipto. Faraón llamó a sus magos para que hiciesen lo mismo, pero
no pudieron. La obra de Dios se manifestó entonces superior a la de
Satanás. Los magos mismos reconocieron: “Dedo de Dios es este.”
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Pero el rey aun permaneció inconmovible.
Las súplicas y amonestaciones no tuvieron ningún efecto, y se
impuso otro castigo. Se predijo la fecha en que había de suceder para
que no se dijera que había acontecido por casualidad. Las moscas
llenaron las casas y lo invadieron todo, “y la tierra fué corrompida
a causa de ellas.” Estas moscas eran grandes y venenosas y sus
picaduras eran muy dolorosas para hombres y animales. Como se
había pronosticado, esta plaga no se extendió a la tierra de Gosén.
Faraón ofreció entonces permitir a los israelitas que hiciesen sa-
crificios en Egipto; pero ellos se negaron a aceptar tales condiciones.
“No conviene—dijo Moisés—que hagamos así, porque sacrificaría-
mos a Jehová nuestro Dios la abominación de los egipcios. He aquí,
si sacrificáramos la abominación de los egipcios delante de ellos,
¿no nos apedrearían?” Los animales que los hebreos tendrían que
sacrificar eran considerados sagrados por los egipcios; y era tal la
reverencia en que los tenían, que aun el matar a uno accidentalmen-