Página 238 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
mis plagas a tu corazón, sobre tus siervos, y sobre tu pueblo, para
que entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra ... y a la
verdad yo te he puesto para declarar en ti mi potencia.” No era que
Dios le hubiese dado vida para este fin, sino que su providencia
había dirigido los acontecimientos para colocarlo en el trono en el
tiempo mismo de la liberación de Israel. Aunque por sus crímenes,
este arrogante tirano había perdido todo derecho a la misericordia de
Dios, se le había preservado la vida para que mediante su terquedad
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el Señor manifestara sus maravillas en la tierra de Egipto.
La disposición de los acontecimientos depende de la providencia
de Dios. El pudo haber colocado en el trono a un rey más misericor-
dioso, que no hubiera osado resistir las poderosas manifestaciones
del poder divino. Pero en ese caso los propósitos del Señor no se
hubieran cumplido. Permitió que su pueblo experimentara la terrible
crueldad de los egipcios, para que no fuesen engañados por la de-
gradante influencia de la idolatría. En su trato con Faraón, el Señor
manifestó su odio por la idolatría, y su firme decisión de castigar la
crueldad y la opresión.
Dios había declarado tocante a Faraón: “Yo empero endureceré
su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo.”
Éxodo 4:21
. No
fué ejercido un poder sobrenatural para endurecer el corazón del
rey. Dios dió a Faraón las evidencias más notables de su divino
poder; pero el monarca se negó obstinadamente a aceptar la luz.
Toda manifestación del poder infinito que él rechazara le empecinó
más en su rebelión. El principio de rebelión que el rey sembró
cuando rechazó el primer milagro, produjo su cosecha. Al mantener
su terquedad y aumentarla gradualmente, su corazón se endureció
más y más, hasta que fué llamado a contemplar el rostro frío de su
primogénito muerto.
Dios habla a los hombres por medio de sus siervos, dándoles
amonestaciones y advertencias y censurando el pecado. Da a cada
uno oportunidad de corregir sus errores antes de que se arraiguen
en el carácter; pero si uno se niega a corregirse, el poder divino no
se interpone para contrarrestar la tendencia de su propia acción. La
persona encuentra que le es más fácil repetirla. Va endureciendo su
corazón contra la influencia del Espíritu Santo. Al rechazar después
la luz se coloca en una posición en la cual aun una influencia mucho
más fuerte será ineficaz para producir una impresión permanente.
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