Página 247 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La pascua
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Jesús aceptó la ley de su Padre, cuyos principios puso en práctica
en su vida, manifestó su espíritu, y demostró su poder benéfico en
el corazón del hombre. Dice Juan: “Aquel Verbo fué hecho carne, y
habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito
del Padre), lleno de gracia y de verdad.”
Juan 1:14
. Los seguidores de
Cristo deben participar de su experiencia. Deben recibir y asimilar la
Palabra de Dios para que se convierta en el poder que impulse su vida
y sus acciones. Mediante el poder de Cristo, deben ser transformados
a su imagen, y deben reflejar los atributos divinos. Deben comer la
carne y beber la sangre del Hijo de Dios, o no habrá vida en ellos.
El espíritu y la obra de Cristo deben convertirse en el espíritu y la
obra de sus discípulos.
El cordero había de comerse con hierbas amargas, como un
recordatorio de la amarga servidumbre sufrida en Egipto. Asimismo
cuando nos alimentamos de Cristo, debemos hacerlo con corazón
contrito por causa de nuestros pecados.
El uso del pan sin levadura también era significativo. Lo or-
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denaba expresamente la ley de la pascua, y tan estrictamente la
observaban los judíos en su práctica, que no debía haber ninguna
levadura en sus casas mientras durara esa fiesta. Asimismo deben
apartar de sí la levadura del pecado todos los que reciben la vida y el
alimento de Cristo. Pablo escribe a la iglesia de Corinto: “Limpiad
pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, ... porque nuestra
pascua, que es Cristo, fué sacrificada por nosotros. Así que hagamos
fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de
maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad.”
1 Corintios 5:7,
8
.
Antes de obtener la libertad, los siervos debían demostrar fe en
la gran liberación que estaba a punto de realizarse. Debían poner
la señal de la sangre sobre sus casas, y ellos y sus familias debían
separarse de los egipcios y reunirse dentro de sus propias mora-
das. Si los israelitas hubieran menospreciado en lo más mínimo
las instrucciones que se les dieron, si no hubieran separado a sus
hijos de los egipcios, si hubieran dado muerte al cordero, pero no
hubieran rociado los postes con la sangre, o hubieran salido algunos
fuera de sus casas, no habrían estado seguros. Podrían haber creído
honradamente que habían hecho todo lo necesario, pero su sinceri-
dad no los habría salvado. Los que hubiesen dejado de cumplir las