Página 248 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
instrucciones del Señor, habrían perdido su primogénito por obra
del destructor.
Mediante su obediencia el pueblo debía evidenciar su fe. Asi-
mismo todo aquel que espera ser salvo por los méritos de la sangre
de Cristo debe comprender que él mismo tiene algo que hacer para
asegurar su salvación. Sólo Cristo puede redimirnos de la pena de
la transgresión, pero nosotros debemos volvernos del pecado a la
obediencia. El hombre ha de salvarse por la fe, no por las obras; sin
embargo, su fe debe manifestarse por sus obras. Dios dió a su Hijo
para que muriera en propiciación por el pecado; ha manifestado la
luz de la verdad, el camino de la vida; ha dado facilidades, ordenan-
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zas y privilegios; y el hombre debe cooperar con estos agentes de la
salvación; ha de apreciar y usar la ayuda que Dios ha provisto; debe
creer y obedecer todos los requerimientos divinos.
Mientras Moisés repetía a Israel lo que Dios había provisto
para su liberación, “el pueblo se inclinó y adoró.”
Éxodo 12:27
.
La feliz esperanza de libertad, el tremendo conocimiento del juicio
inminente que había de caer sobre sus opresores, los cuidados y
trabajos necesarios para su pronta salida, todo lo eclipsó de momento
la gratitud hacia su bondadoso Libertador.
Muchos de los egipcios habían sido inducidos a reconocer al
Dios de los hebreos como el único Dios verdadero, y suplicaron
entonces que se les permitiese ampararse en los hogares de Israel
cuando el ángel exterminador pasara por la tierra. Fueron recibidos
con júbilo, y se comprometieron a servir de allí en adelante al Dios
de Jacob, y a salir de Egipto con su pueblo.
Los israelitas obedecieron las instrucciones que Dios les había
dado. Rápida y secretamente hicieron los preparativos para su par-
tida. Las familias estaban reunidas, el cordero pascual muerto, la
carne asada, el pan sin levadura y las hierbas amargas preparados.
El padre y sacerdote de la casa roció con sangre los postes de la
puerta, y se unió a su familia dentro de la casa. Con premura y en
silencio se comió el cordero pascual. Con reverente temor el pueblo
oró y aguardó; el corazón de todo primogénito, desde el hombre más
fuerte hasta el niño, tembló con indescriptible miedo. Los padres y
las madres estrechaban en sus brazos a sus queridos primogénitos, al
pensar en el espantoso golpe que había de caer aquella noche. Pero
a ningún hogar de Israel llegó el ángel exterminador. La señal de