Página 249 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La pascua
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la sangre, garantía de la protección del Salvador, estaba sobre sus
puertas, y el exterminador no entró.
A la medianoche hubo “un gran clamor en Egipto, porque no
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había casa donde no hubiese muerto.” Todos los primogénitos de
la tierra, “desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su
trono, hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y
todo primogénito de los animales” (
Éxodo 12:29-33
), habían sido
heridos por el exterminador. A través del vasto reino de Egipto, el
orgullo de toda casa había sido humillado. Los gritos y gemidos
de los dolientes llenaban los aires. El rey y los cortesanos, con
rostros pálidos y trémulos miembros, estaban aterrados por el horror
prevaleciente.
Faraón recordó entonces que una vez había exclamado: “¿Quién
es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a
Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel.”
Éxodo 5:2
. Ahora, su orgullo,
que una vez osara levantarse contra el Cielo, estaba humillado hasta
el polvo; “hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y díjoles: Salid
de en medio de mi pueblo vosotros, y los hijos de Israel; e id, servid
a Jehová, como habéis dicho. Tomad también vuestras ovejas y
vuestras vacas, como habéis dicho, e idos; y bendecidme también
a mí.” También los consejeros reales y el pueblo suplicaron a los
israelitas que se fueran de la tierra, “porque decían: Todos somos
muertos.”
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