Página 251 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El éxodo
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yo; y después de esto saldrán con grande riqueza.”
Génesis 15:13,
14
;
véase el Apéndice, nota 6.
Se habían cumplido los cuatrocientos
años. “En aquel mismo día sacó Jehová a los hijos de Israel de la
tierra de Egipto por sus escuadrones.”
Éxodo 12:40, 41, 51
. Al salir
de Egipto los israelitas llevaron consigo un precioso legado: los
huesos de José (véase Exodo 13), que habían esperado por tanto
tiempo el cumplimiento de la promesa de Dios, y que durante los te-
nebrosos años de esclavitud habían servido a manera de recordatorio
que anunciaba la liberación de los israelitas.
En vez de seguir la ruta directa hacia Canaán, que pasaba por el
país de los filisteos, el Señor los dirigió hacia el sur, hacia las orillas
del mar Rojo. “Porque dijo Dios: Que quizá no se arrepienta el
pueblo cuando vieren la guerra, y se vuelvan a Egipto.” Si hubieran
tratado de pasar por Filistea, habrían encontrado oposición, pues
los filisteos, considerándolos como esclavos que huían de sus amos,
no habrían vacilado en hacerles la guerra. Los israelitas no estaban
preparados para un encuentro con aquel pueblo poderoso y belicoso.
Tenían un conocimiento muy limitado de Dios y muy poca fe en
él, y se habrían aterrorizado y desanimado. Carecían de armas y no
estaban habituados a la guerra; tenían el espíritu deprimido por su
prolongada servidumbre, y se hallaban impedidos por las mujeres
y los niños, los rebaños y las manadas. Al dirigirlos por la ruta del
mar Rojo, el Señor se reveló como un Dios compasivo y juicioso.
“Y partidos de Succoth, asentaron campo en Etham, a la entrada
del desierto. Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de
nube, para guiarlos por el camino; y de noche en una columna de
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fuego para alumbrarles; a fin de que anduviesen de día y de noche.
Nunca se partió de delante del pueblo la columna de nube de día,
ni de noche la columna de fuego.” El salmista dice: “Extendió una
nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche.”
Salmos 105:39
,
véase también
1 Corintios 10:1, 2
. El estandarte de su invisible
caudillo estaba siempre con ellos. Durante el día la nube dirigía
su camino, o se extendía como un dosel sobre la hueste. Servía de
protección contra el calcinante sol, y con su sombra y humedad
daba grata frescura en el abrasado y sediento desierto. A la noche se
convertía en una columna de fuego, que iluminaba el campamento,
y les aseguraba constantemente que la divina presencia estaba con
ellos.