Página 252 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
En uno de los pasajes más hermosos y consoladores de la pro-
fecía de Isaías, se hace referencia a la columna de nube y de fuego
para indicar cómo custodiará Dios a su pueblo en la gran lucha final
con los poderes del mal: “Y criará Jehová sobre toda la morada del
monte de Sión, y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y
obscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas:
porque sobre toda gloria habrá cobertura. Y habrá sombrajo para
sombra contra el calor del día, para acogida y escondedero contra el
turbión y contra el aguacero.”
Isaías 4:5, 6
.
Viajaron a través del lóbrego y árido desierto. Ya comenzaban a
preguntarse adónde los conduciría ese viaje; ya estaban cansándose
de aquella laboriosa ruta, y algunos principiaron a sentir el temor de
una persecución de parte de los egipcios. Pero la nube continuaba
avanzando, y ellos la seguían. Entonces el Señor indicó a Moisés
que se desviara en dirección a un desfiladero rocoso para acampar
junto al mar. Le reveló que Faraón los perseguiría, pero que Dios
sería honrado por su liberación.
En Egipto se esparció la noticia de que los hijos de Israel, en vez
de detenerse para adorar en el desierto, iban hacia el mar Rojo. Los
consejeros de Faraón manifestaron al rey que sus esclavos habían
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huído para nunca más volver. El pueblo deploró su locura de haber
atribuído la muerte de los primogénitos al poder de Dios. Los gran-
des hombres, reponiéndose de sus temores, explicaron las plagas
por causas naturales. “¿Cómo hemos hecho esto de haber dejado ir
a Israel, para que no nos sirva?” (véase Exodo 14) era su amargo
clamor.
Faraón reunió sus fuerzas, “y tomó seiscientos carros escogidos,
y todos los carros de Egipto,” y capitanes y soldados de caballería,
e infantería. El rey mismo, rodeado por los grandes de su reino,
encabezaba el ejército. Para obtener el favor de los dioses, y asegurar
así el éxito de su empresa, los sacerdotes también los acompañaban.
El rey estaba decidido a intimidar a los israelitas mediante un gran
despliegue de poder. Los egipcios temían que su forzada sumisión
al Dios de Israel los expusiese a la burla de las otras naciones; pero
si ahora salían con gran demostración de poder y traían de vuelta a
los fugitivos, recuperarían su prestigio y también el servicio de sus
esclavos.