Página 253 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El éxodo
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Los hebreos estaban acampados junto al mar, cuyas aguas presen-
taban una barrera aparentemente infranqueable ante ellos, mientras
que por el sur una montaña escabrosa obstruía su avance. De pronto,
divisaron a lo lejos las relucientes armaduras y el movimiento de los
carros, que anunciaban la vanguardia de un gran ejército. A medida
que las fuerzas se acercaban, se veía a las huestes de Egipto en plena
persecución. El terror se apoderó del corazón de los israelitas. Algu-
nos clamaron al Señor, pero la mayor parte de ellos se apresuraron a
presentar sus quejas a Moisés: “¿No había sepulcros en Egipto, que
nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué lo has
hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo
que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los Egipcios?
Que mejor nos fuera servir a los Egipcios, que morir nosotros en el
desierto.”
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Moisés se turbó grandemente al ver que su pueblo manifestaba
tan poca fe en Dios, a pesar de que repetidamente habían presen-
ciado la manifestación de su poder en favor de ellos. ¿Cómo podía
el pueblo culparle de los peligros y las dificultades de su situación,
cuando él había seguido el mandamiento expreso de Dios? Era ver-
dad que no había posibilidad de liberación a no ser que Dios mismo
interviniera en su favor; pero habiendo llegado a esta situación por
seguir la dirección divina, Moisés no temía las consecuencias. Su
serena y confortadora respuesta al pueblo fué: “No temáis; estáos
quedos, y ved la salud de Jehová que él hará hoy con vosotros; por-
que los Egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los
veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis quedos.”
No era cosa fácil mantener a las huestes de Israel en actitud de
espera ante el Señor. Faltándoles disciplina y dominio propio, se
tornaron violentos e irrazonables. Esperaban caer pronto en manos
de sus opresores, y sus gemidos y lamentaciones eran intensos y
profundos. Habían seguido a la maravillosa columna de nube como a
la señal de Dios que les ordenaba avanzar; pero ahora se preguntaban
unos a otros si esa columna no presagiaría alguna calamidad; porque
¿no los había dirigido al lado equivocado de la montaña, hacia un
desfiladero insalvable? Así, de acuerdo con su errada manera de
pensar, el ángel del Señor parecía como el precursor de un desastre.
Pero entonces he aquí que al acercarse las huestes egipcias cre-
yéndolos presa fácil, la columna de nube se levantó majestuosa