Página 262 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
las dificultades que realmente existen, que sus ojos se incapacitan
para ver las muchas bendiciones que demandan su gratitud. Los
obstáculos que encuentran, en vez de guiarlos a buscar la ayuda de
Dios, única fuente de fortaleza, los separan de él, porque despiertan
inquietud y quejas.
¿Hacemos bien en ser tan incrédulos? ¿Por qué hemos de ser
ingratos y desconfiados? Jesús es nuestro amigo; todo el cielo está
interesado en nuestro bienestar; y nuestra ansiedad y temor apesa-
dumbran al Santo Espíritu de Dios. No debemos abandonarnos a
la ansiedad que nos irrita y desgasta, y que en nada nos ayuda a
soportar las pruebas. No debe darse lugar a esa desconfianza en Dios
que nos lleva a hacer de la preparación para las necesidades futuras
el objeto principal de la vida, como si nuestra felicidad dependiera
de las cosas terrenales. No es voluntad de Dios que su pueblo esté
cargado de preocupaciones. Pero nuestro Señor no nos dice que
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no habrá peligros en nuestro camino. No es su propósito sacar a
su pueblo del mundo de pecado e iniqui dad, sino que nos señala
un refugio siempre seguro. Invita a los cansados y agobiados: “Ve-
nid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré
descansar.”
Mateo 11:28
. Deponed el yugo de la ansiedad y de los
cuidados mundanales que habéis colocado sobre vuestra cabeza, y
“llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.”
Vers. 29
. Podemos encontrar descanso y paz en Dios, echando toda
nuestra solicitud en él, porque él tiene cuidado de nosotros.
1 Pedro
5:7
.
Dice el apóstol Pablo: “Mirad, hermanos, que en ninguno de
vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios
vivo.”
Hebreos 3:12
. En vista de todo lo que Dios ha hecho por
nosotros, nuestra fe debiera ser fuerte, activa y duradera. En vez de
murmurar y quejarnos, el lenguaje de nuestros corazones debiera
ser: “Bendice, alma mía, a Jehová; y bendigan todas mis entrañas su
santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno
de sus beneficios.”
Salmos 103:1, 2
.
Dios no había olvidado las necesidades de Israel. Dijo a Moisés:
“He aquí yo os haré llover pan del cielo.” Y mandó al pueblo recoger
una provisión diaria, y doble cantidad el día sexto, para que se
cumpliese la observancia sagrada del sábado.