Página 267 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Del Mar Rojo al Sinaí
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región, salió contra ellos, y atacó a los que, desfallecidos y cansados,
habían quedado rezagados. Moisés, sabiendo que la masa del pueblo
no estaba preparada para la batalla, mandó a Josué que escogiera
de entre las diferentes tribus un cuerpo de soldados, y que al día si-
guiente los capitaneara contra el enemigo, mientras él mismo estaría
en una altura cercana con la vara de Dios en la mano.
Al siguiente día Josué y su compañía atacaron al enemigo, mien-
tras Moisés, Aarón y Hur se situaron en una colina que dominaba
el campo de batalla. Con los brazos extendidos hacia el cielo, y
con la vara de Dios en su diestra, Moisés oró por el éxito de los
ejércitos de Israel. Mientras proseguía la batalla, se notó que siempre
que sus manos estaban levantadas, Israel triunfaba; pero cuando las
bajaba, el enemigo prevalecía. Cuando Moisés se fatigó, Aarón y
Hur sostuvieron sus manos hasta que, al ponerse el sol, el enemigo
huyó.
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Al sostener Aarón y Hur las manos de Moisés, mostraron al
pueblo que su deber era apoyarlo en su ardua labor mientras recibía
las palabras de Dios para transmitírselas a ellos. Y lo que hizo
Moisés también fué muy significativo, pues les demostró que su
destino estaba en las manos de Dios; mientras el pueblo confiara
en el Señor, él combatiría por ellos y dominaría a sus enemigos;
pero cuando no se apoyaran en él, cuando confiaran en su propia
fortaleza, entonces serían aun más débiles que los que no tenían el
conocimiento de Dios, y sus enemigos triunfarían sobre ellos.
Como los hebreos triunfaban cuando Moisés elevaba las manos
al cielo e intercedía por ellos, así también triunfará el Israel de Dios
cuando mediante la fe se apoye en la fortaleza de su poderoso Ayu-
dador. No obstante, el poder divino ha de combinarse con el esfuerzo
humano. Moisés no creyó que Dios vencería a sus enemigos mien-
tras Israel permaneciese inactivo. Mientras el gran jefe imploraba
al Señor, Josué y sus valientes soldados estaban haciendo cuanto
podían para rechazar a los enemigos de Israel y de Dios.
Después de la derrota de los amalecitas, Dios mandó a Moisés:
“Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que del todo ten-
go de raer la memoria de Amalec de debajo del cielo.” Un poco antes
de su muerte, el gran caudillo dió a su pueblo el solemne encargo:
“Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino, cuando salisteis
de Egipto: que te salió al camino, y te desbarató la retaguardia de