Página 274 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

270
Historia de los Patriarcas y Profetas
Este segundo mandamiento prohibe adorar al verdadero Dios
mediante imágenes o figuras. Muchas naciones paganas aseveraban
que sus imágenes no eran más que figuras o símbolos mediante
los cuales adoraban a la Deidad; pero Dios declaró que tal culto
es un pecado. El tratar de representar al Eterno mediante objetos
materiales degrada el concepto que el hombre tiene de Dios. La
mente, apartada de la infinita perfección de Jehová, es atraída hacia
la criatura más bien que hacia el Creador, y el hombre se degrada a
sí mismo en la medida en que rebaja su concepto de Dios.
“Yo soy el Señor Dios tuyo, el fuerte, el celoso.” La relación
estrecha y sagrada de Dios con su pueblo se representa median-
te el símbolo del matrimonio. Puesto que la idolatría es adulterio
espiritual, el desagrado de Dios bien puede llamarse celos.
“Que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la ter-
cera y cuarta generación, de aquellos, digo, que me aborrecen.” Es
inevitable que los hijos sufran las consecuencias de la maldad de
sus padres, pero no son castigados por la culpa de sus padres, a no
ser que participen de los pecados de éstos. Sin embargo, general-
mente los hijos siguen los pasos de sus padres. Por la herencia y
[314]
por el ejemplo, los hijos llegan a ser participantes de los pecados de
sus progenitores. Las malas inclinaciones, el apetito pervertido, la
moralidad depravada, además de las enfermedades y la degenera-
ción física, se transmiten como un legado de padres a hijos, hasta
la tercera y cuarta generación. Esta terrible verdad debiera tener un
poder solemne para impedir que los hombres sigan una conducta
pecaminosa.
“Y que uso de misericordia hasta millares de generaciones con
los que me aman y guardan mis mandamientos.” El segundo man-
damiento, al prohibir la adoración de falsos dioses, demanda que se
adore al Dios verdadero. Y a los que son fieles en servir al Señor se
les promete misericordia, no sólo hasta la tercera y cuarta genera-
ción, que es el tiempo que su ira amenaza a los que le odian, sino
hasta la milésima generación.
“No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios: porque no
dejará el Señor sin castigo al que tomare en vano el nombre del
Señor Dios suyo.”
Este mandamiento no sólo prohibe el jurar en falso y las blas-
femias tan comunes, sino también el uso del nombre de Dios de