Página 281 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La ley dada a Israel
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la sangre de los becerros y de los machos cabríos, ... roció al mismo
libro, y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del
testamento que Dios ha mandado.”
Hebreos 9:19, 20
.
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Ahora se habían de hacer los arreglos para el establecimiento
completo de la nación escogida bajo la soberanía de Jehová como
rey. Moisés había recibido el mandato: “Sube a Jehová, tú, y Aarón,
Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y os inclinaréis
desde lejos. Mas Moisés solo se llegará a Jehová.” Mientras el pueblo
oraba al pie del monte, estos hombres escogidos fueron llamados
al monte. Los setenta ancianos habían de ayudar a Moisés en el
gobierno de Israel, y Dios puso sobre ellos su Espíritu, y los honró
con la visión de su poder y grandeza. “Y vieron al Dios de Israel; y
había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante
al cielo cuando está sereno.” No contemplaron la Deidad, pero vieron
la gloria de su presencia. Antes de esa oportunidad aquellos hombres
no hubieran podido soportar semejante escena; pero la manifestación
del poder de Dios los había llevado a un arrepentimiento reverente;
habían contemplado su gloria, su pureza, y su misericordia, hasta que
pudieron acercarse al que había sido el tema de sus meditaciones.
Moisés y “Josué su ministro” fueron llamados entonces a re-
unirse con Dios. Y como habían de permanecer ausentes por algún
tiempo, el jefe nombró a Aarón y a Hur para que, ayudados por los
ancianos, actuaran en su lugar. “Entonces Moisés subió al monte,
y una nube cubrió el monte. Y la gloria de Jehová reposó sobre el
monte Sinaí.”
Durante seis días la nube cubrió el monte como una demostra-
ción de la presencia especial de Dios; sin embargo, no dió ninguna
revelación de sí mismo ni comunicación de su voluntad. Durante
ese tiempo Moisés permaneció en espera de que se le llamara a
presentarse en la cámara de la presencia del Altísimo. Se le había
ordenado: “Sube a mí al monte, y espera allá.” Y aunque en esto se
probaban su paciencia y su obediencia, no se cansó de esperar ni
abandonó su puesto. Este plazo de espera fué para él un tiempo de
preparación, de íntimo examen de conciencia. Aun este favorecido
siervo de Dios no podía acercarse inmediatamente a la presencia
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divina ni soportar la manifestación de su gloria. Hubo de emplear
seis días de constante dedicación a Dios mediante el examen de su