Página 285 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La idolatría en el Sinaí
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objetos considerados por los egipcios como símbolos de la divini-
dad estaba el buey, o becerro; y por indicación de los que habían
practicado esta forma de idolatría en Egipto, hicieron un becerro y
lo adoraron. El pueblo deseaba alguna imagen que representara a
Dios, y que ocupara ante ellos el lugar de Moisés.
Dios no había revelado ninguna semejanza de sí mismo, y había
prohibido toda representación material que se propusiera hacerlo.
Los extraordinarios milagros hechos en Egipto y en el mar Rojo
tenían por fin establecer la fe en Jehová como el invisible y todopo-
deroso Ayudador de Israel, como el único Dios verdadero. Y el deseo
de alguna manifestación visible de su presencia había sido atendido
con la columna de nube y fuego que había guiado al pueblo, y con la
revelación de su gloria sobre el monte Sinaí. Pero estando la nube de
la presencia divina todavía ante ellos, volvieron sus corazones hacia
la idolatría de Egipto, y representaron la gloria del Dios invisible
por “la imagen de un buey.” (
Véase Exodo 32-34.
)
En ausencia de Moisés, el poder judicial había sido confiado
a Aarón, y una enorme multitud se reunió alrededor de su tienda
para presentarle esta exigencia: “Levántate, haznos dioses que vayan
delante de nosotros; porque a este Moisés, aquel varón que nos sacó
de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido.” (
Véase el
Apéndice, nota 7.
) La nube, dijeron ellos, que hasta ahora los guiara,
se había posado permanentemente sobre el monte, y ya no dirigía
más su peregrinación. Querían tener una imagen en su lugar; y si,
como se había sugerido, decidían volver a Egipto, hallarían favor
ante los egipcios si llevaban esa imagen ante ellos y la reconocían
como su dios.
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Para hacer frente a semejante crisis, hacía falta un hombre de fir-
meza, decisión, y ánimo imperturbable, un hombre que considerara
el honor de Dios por sobre el favor popular, por sobre su seguridad
personal y su misma vida. Pero el jefe provisorio de Israel no tenía
ese carácter. Aarón reconvino débilmente al pueblo, y su vacilación
y timidez en el momento crítico sólo sirvieron para hacerlos más
decididos en su propósito. El tumulto creció. Un frenesí ciego e irra-
zonable pareció posesionarse de la multitud. Algunos permanecieron
fieles a su pacto con Dios; pero la mayor parte del pueblo se unió a
la apostasía. Unos pocos, que osaron denunciar la propuesta imagen