Página 287 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La idolatría en el Sinaí
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Mientras Moisés estaba en el monte, se le comunicó la apostasía
ocurrida en el campamento, y se le indicó que regresara inmedia-
tamente. “Anda, desciende—fueron las palabras de Dios,—porque
tu pueblo que sacaste de tierra de Egipto se ha corrompido: presto
se han apartado del camino que yo les mandé, y se han hecho un
becerro de fundición, y lo han adorado, y han sacrificado a él.” Dios
hubiera podido detener el movimiento desde un principio; pero tole-
ró que llegara hasta este punto para enseñar una lección mediante el
castigo que iba a dar a la traición y la apostasía.
El pacto de Dios con su pueblo había sido anulado, y él declaró
a Moisés: “Ahora pues, déjame que se encienda mi furor en ellos, y
los consuma: y a ti yo te pondré sobre gran gente.”
El pueblo de Israel, especialmente la “multitud mixta,” estaba
siempre dispuesto a rebelarse contra Dios. También murmuraban
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contra Moisés y le afligían con su incredulidad y testarudez, por
lo cual iba a ser una obra laboriosa y aflictiva conducirlos hasta la
tierra prometida. Sus pecados ya les habían hecho perder el favor
de Dios, y la justicia exigía su destrucción. El Señor, por lo tanto,
dispuso destruírlos, y hacer de Moisés una nación poderosa.
“Ahora pues, déjame que se encienda mi furor en ellos, y los
consuma,” había dicho el Señor. Si Dios se había propuesto destruir
a Israel, ¿quién podía interceder por ellos? ¡Cuántos hubieran aban-
donado a los pecadores a su suerte! ¡Cuántos hubieran cambiado de
buena gana el trabajo, la carga y el sacrificio, compensados con in-
gratitud y murmuración, por una posición más cómoda y honorable,
cuando era Dios mismo el que ofrecía cambiar la situación!
Pero Moisés vió una base de esperanza donde sólo aparecían
motivos de desaliento e ira. Las palabras de Dios: “Ahora pues, déja-
me,” las entendió, no como una prohibición, sino como un aliciente
a interceder; entendió que nada excepto sus oraciones podía salvar
a Israel, y que si él lo pedía, Dios perdonaría a su pueblo. “Oró a
la faz de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá
tu furor en tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran
fortaleza, y con mano fuerte?”
Dios había dado a entender que rechazaba a su pueblo. Había
hablado a Moisés como de
“tu
pueblo que [
] sacaste de tierra de
Egipto.” Pero Moisés humildemente no aceptó que él fuera el jefe de
Israel. No era su pueblo, sino el de Dios,
“tu
pueblo que
sacaste