Página 288 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
de la tierra de Egipto con gran fortaleza, y con mano fuerte. ¿Por
qué—continuó—han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los
sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la haz de
la tierra?”
Durante los pocos meses transcurridos desde que Israel había
salido de Egipto, los informes de su maravillosa liberación se habían
difundido entre todas las naciones circunvecinas. Un gran temor y
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terribles presagios dominaban a los paganos. Todos estaban obser-
vando para ver qué haría el Dios de Israel por su pueblo. Si éste era
destruído ahora, sus enemigos triunfarían, y Dios sería deshonrado.
Los egipcios alegarían que sus acusaciones eran verdaderas, que
Dios, en lugar de dirigir a su pueblo al desierto para que hiciera
sacrificios, lo había llevado para sacrificarlo. No tendrían en cuenta
los pecados de Israel; la destrucción del pueblo al cual Dios había
honrado tan señaladamente cubriría de oprobio su nombre. ¡Cuán
grande es la responsabilidad que descansa sobre aquellos a quienes
Dios honró en gran manera para enaltecer su nombre en la tierra!
¡Con cuánto cuidado debieran evitar el pecado para no provocar los
juicios de Dios y no hacer que su nombre sea calumniado por los
impíos!
Mientras Moisés intercedía por Israel, perdió su timidez, mo-
vido por el profundo interés y amor que sentía hacia aquellos en
cuyo favor él había hecho tanto como instrumento en las manos
de Dios. El Señor escuchó sus súplicas, y otorgó lo que pedía tan
desinteresadamente. Examinó a su siervo; probó su fidelidad y su
amor hacia aquel pueblo ingrato, inclinado a errar, y Moisés soportó
noblemente la prueba. Su interés por Israel no provenía de motivos
egoístas. Apreciaba la prosperidad del pueblo escogido de Dios más
que su honor personal, más que el privilegio de llegar a ser el padre
de una nación poderosa. Dios se sintió complacido por la fidelidad
de Moisés, por su sencillez de corazón y su integridad; y le dió,
como a un fiel pastor, la gran misión de conducir a Israel a la tierra
prometida.
Cuando Moisés y Josué bajaron del monte, aquél con “las dos
tablas del testimonio,” oyeron los gritos de la multitud excitada, que
evidentemente se hallaba en estado de alocada conmoción. Josué,
como soldado, pensó primero que se trataba de un ataque de sus
enemigos. “Alarido de pelea hay en el campo,” dijo. Pero Moisés