Página 289 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La idolatría en el Sinaí
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juzgó más acertadamente la naturaleza de la conmoción. No era
ruido de combate, sino de festín. “No es eco de algazara de fuertes,
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ni eco de alaridos de flacos: algazara de cantar oigo yo.”
Al acercarse más al campamento, vieron al pueblo que gritaba
y bailaba alrededor de su ídolo. Era una escena de libertinaje pa-
gano, una imitación de las fiestas idólatras de Egipto; pero ¡cuán
distinta era del solemne y reverente culto de Dios! Moisés quedó
anonadado. Venía de la presencia de la gloria de Dios, y aunque se
le había advertido lo que pasaba, no estaba preparado para aquella
terrible muestra de la degradación de Israel. Su ira se encendió. Para
demostrar cuánto aborrecía ese crimen, arrojó al suelo las tablas de
piedra, que se quebraron a la vista del pueblo, dando a entender en
esta forma que así como ellos habían roto su pacto con Dios, así
también Dios rompía su pacto con ellos.
Moisés entró en el campamento, atravesó la multitud enardecida
y, asiendo el ídolo, lo arrojó al fuego. Después lo hizo polvo, y
esparciéndolo en el arroyo que descendía del monte, ordenó al pueblo
beber de él. Así les demostró la completa inutilidad del dios que
habían estado adorando.
El gran jefe hizo comparecer ante él a su hermano culpable, y le
preguntó severamente: “¿Qué te ha hecho este pueblo, que has traído
sobre él tan gran pecado?” Aarón trató de defenderse explicando los
clamores del pueblo; dijo que si no hubiera accedido a sus deseos,
lo habrían matado. “No se enoje mi señor—dijo;—tú conoces el
pueblo, que es inclinado a mal. Porque me dijeron: Haznos dioses
que vayan delante de nosotros, que a este Moisés, el varón que nos
sacó de tierra de Egipto, no sabemos qué le ha acontecido. Y yo
les respondí: ¿Quién tiene oro? apartadlo. Y diéronmelo, y echélo
en el fuego, y salió este becerro.” Trató de hacerle creer a Moisés
que se había obrado un milagro, que el oro había sido arrojado al
fuego, y que mediante una fuerza sobrenatural se convirtió en un
becerro. Pero de nada le valieron sus excusas y subterfugios. Fué
tratado como el principal ofensor.
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El hecho de que Aarón había sido bendecido y honrado más
que el pueblo, hacía tanto más odioso su pecado. Fué Aarón, “el
santo de Jehová” (
Salmos 106:16
), el que había hecho el ídolo y
anunciado la fiesta. Fué él, que había sido nombrado portavoz de
Moisés y acerca de quien Dios mismo había manifestado: “Yo sé