Página 292 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
cio del verdadero Dios. El Señor honró su fidelidad, otorgando una
distinción especial a la tribu de Leví.
Los israelitas eran culpables de haber traicionado a un Rey que
los había colmado de beneficios, y cuya autoridad se habían com-
prometido voluntariamente a obedecer. Para que el gobierno divino
pudiera ser mantenido, debía hacerse justicia con los traidores. Sin
embargo, aun entonces se manifestó la misericordia de Dios. Mien-
tras sostenía el rigor de su ley, les concedió libertad para elegir y
oportunidad para que todos se arrepintiesen. Sólo se exterminó a los
que persistieron en la rebelión.
Era necesario castigar ese pecado para atestiguar ante las na-
ciones circunvecinas cuánto desagrada a Dios la idolatría. Al hacer
justicia en los culpables, Moisés, como instrumento de Dios, de-
bía dejar escrita una solemne y pública protesta contra el crimen
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cometido. Como en lo sucesivo los israelitas debían condenar la
idolatría de las tribus vecinas, sus enemigos podrían acusarlos de
que, teniendo como Dios a Jehová, habían hecho un becerro y lo
habían adorado en Horeb. Cuando así ocurriera, aunque obligado
a reconocer la verdad vergonzosa, Israel podría señalar la terrible
suerte que corrieron los transgresores, como evidencia de que su
pecado no había sido sancionado ni disculpado.
El amor, no menos que la justicia, exigía que este pecado fuera
castigado. Dios es Protector y Soberano de su pueblo. Destruye a
los que insisten en la rebelión, para que no lleven a otros a la ruina.
Al perdonar la vida a Caín, Dios había demostrado al universo cuál
sería el resultado si se permitiese que el pecado quedara impune.
La influencia que, por medio de su vida y ejemplo, él ejerció sobre
sus descendientes condujo a un estado de corrupción que exigió
la destrucción de todo el mundo por el diluvio. La historia de los
antediluvianos demuestra que una larga vida no es una bendición
para el pecador; la gran paciencia de Dios no los movió a dejar
la iniquidad. Cuanto más tiempo vivían los hombres, tanto más
corruptos se tornaban.
Así también habría sucedido con la apostasía del Sinaí. Si la
transgresión no se hubiera castigado con presteza, se habrían visto
nuevamente los mismos resultados. La tierra se habría corrompido
tanto como en los días de Noé. Si se hubiera dejado vivir a estos
transgresores, habrían resultado mayores males que los que resul-