Página 303 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La enemistad de Satanás hacia la ley
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nas. Dios los llevó al Sinaí, y allí con su propia voz proclamó su
ley.
Satanás y los ángeles malos asistieron a la escena. Aun mientras
Dios proclamaba su ley a su pueblo, Satanás estaba urdiendo pro-
yectos para inducirlo a pecar. Ante el mismo rostro del Cielo quería
arrebatar a este pueblo a quien Dios había elegido. Llevándolos
a la idolatría, iba a destruir la eficacia de todo culto; pues ¿cómo
puede elevarse el hombre, adorando lo que es inferior a él mismo
y que puede simbolizarse con hechuras de sus propias manos? Si
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el hombre pudiera llegar a ser tan ciego con respecto al poder, la
majestad y la gloria del Dios infinito como para representarle por
medio de una imagen o hasta por medio de una bestia o un reptil;
si pudiera olvidar, hasta tal punto su propio parentesco divino; si
olvidara que fué hecho a la imagen de su Creador, hasta el punto de
inclinarse ante objetos repugnantes e irracionales; entonces quedaría
el camino libre para la plena licencia, se desencadenarían las malas
pasiones de su corazón, y Satanás ejercería dominio absoluto.
Al pie mismo del Sinaí, empezó Satanás a ejecutar sus planes
para derribar la ley de Dios y continuó así la obra que había iniciado
en el cielo. Durante los cuarenta días que Moisés pasó en el monte
con Dios, Satanás se ocupó en sembrar la duda, la apostasía y la
rebelión. Mientras Dios escribía su ley, para entregarla al pueblo de
su pacto, los israelitas, negando su lealtad a Jehová, pedían dioses
de oro. Cuando Moisés regresó de la solemne presencia de la gloria
divina, con los preceptos de la ley a la cual el pueblo se había
comprometido a obedecer, halló a éste en actitud de abierto desafío
a los mandamientos de esa ley y adorando una imagen de oro.
Al inducir a Israel a cometer este atrevido insulto y esta blas-
femia contra Jehová, Satanás se había propuesto causar la ruina
completa del pueblo. Puesto que se habían manifestado tan envile-
cidos, tan privados de todo entendimiento acerca de los privilegios
y bendiciones que Dios les había ofrecido, y tan olvidados de sus
repetidas promesas solemnes de lealtad, Satanás creyó que el Señor
los repudiaría y los entregaría a la destrucción. Así obtendría el
exterminio de la simiente de Abrahán, esa simiente prometida que
había de preservar el conocimiento del Dios viviente, y mediante la
cual había de venir Aquel que había de ser la verdadera simiente, y
que le vencería a él, Satanás.