Página 313 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El tabernáculo y sus servicios
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suficiente para llevar a cabo la obra, para que los que la construyen
puedan decir, como dijeron los constructores del tabernáculo: “No
traigáis ya ofrendas.”
El tabernáculo fué construído desarmable, de modo que los is-
raelitas pudieran llevarlo en su peregrinaje. Era por consiguiente,
pequeño, de sólo cincuenta y cinco pies de largo por dieciocho de
ancho y alto. No obstante, era una construcción magnífica. La ma-
dera que se empleó en el edificio y en sus muebles era de acacia,
la menos susceptible al deterioro de todas las que había en el Sinaí.
Las paredes consistían en tablas colocadas verticalmente, fijadas
en basas de plata y aseguradas por columnas y travesaños; y todo
estaba cubierto de oro, lo cual hacía aparecer al edificio como de oro
macizo. El techo estaba formado de cuatro juegos de cortinas; el de
más adentro era “de lino torcido, cárdeno, y púrpura, y carmesí: y
... querubines de obra delicada” (
Éxodo 26:1
); los otros tres eran de
pelo de cabras, de cueros de carnero teñidos de rojo y de cueros de
tejones, arreglados de tal manera que ofrecían completa protección.
El edificio se dividía en dos secciones mediante una bella y
rica cortina, o velo, suspendida de columnas doradas; y una cortina
semejante a la anterior cerraba la entrada de la primera sección.
Tanto estos velos como la cubierta interior que formaba el techo, eran
de los más magníficos colores, azul, púrpura y escarlata, bellamente
combinados, y tenían, recamados con hilos de oro y plata, querubines
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que representaban la hueste de los ángeles asociados con la obra del
santuario celestial, y que son espíritus ministradores del pueblo de
Dios en la tierra.
El santo tabernáculo estaba colocado en un espacio abierto llama-
do atrio, rodeado por cortinas de lino fino que colgaban de columnas
de metal. La entrada a este recinto se hallaba en el extremo oriental.
Estaba cerrada con cortinas de riquísima tela hermosamente trabaja-
das aunque inferiores a las del santuario. Como estas cortinas del
atrio eran sólo de la mitad de la altura de las paredes del tabernáculo,
el edificio podía verse perfectamente desde afuera.
En el atrio, y cerca de la entrada, se hallaba el altar de bronce
del holocausto. En este altar se consumían todos los sacrificios
que debían ofrecerse por fuego al Señor, y sobre sus cuernos se
rociaba la sangre expiatoria. Entre el altar y la puerta del tabernáculo
estaba la fuente, también de metal. Había sido hecha con los espejos