Página 316 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
descendió sobre el santuario, y lo envolvió. “Y la gloria de Jehová
hinchió el tabernáculo.”
Éxodo 40:34
. Hubo una revelación de la
majestad divina, y por un momento ni siquiera Moisés pudo entrar.
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Con profunda emoción, el pueblo vió la señal de que la obra de sus
manos era aceptada. No hubo demostraciones de regocijo en alta
voz. Una solemne reverencia se apoderó de todos. Pero la alegría de
sus corazones se manifestó en lágrimas de felicidad, y susurraron
fervientes palabras de gratitud porque Dios había condescendido a
morar con ellos.
En virtud de las instrucciones divinas, se apartó a la tribu de Leví
para el servicio del santuario. En tiempos anteriores, cada hombre era
sacerdote de su propia casa. En los días de Abrahán, por derecho de
nacimiento, el sacerdocio recaía en el hijo mayor. Ahora, en vez del
primogénito de todo Israel, el Señor aceptó a la tribu de Leví para la
obra del santuario. Mediante este señalado honor, Dios manifestó su
aprobación por la fidelidad de los levitas, tanto por haberse adherido
a su servicio como por haber ejecutado sus juicios cuando Israel
apostató al rendir culto al becerro de oro. El sacerdocio, no obstante,
se restringió a la familia de Aarón. Aarón y sus hijos fueron los
únicos a quienes se les permitía ministrar ante el Señor; al resto de
la tribu se le encargó el cuidado del tabernáculo y su mobiliario;
además debían ayudar a los sacerdotes en su ministerio, pero no
podían ofrecer sacrificios, ni quemar incienso, ni mirar los santos
objetos hasta que estuviesen cubiertos.
Se designó para los sacerdotes un traje especial, que concordaba
con su oficio. “Y harás vestidos sagrados a Aarón tu hermano, para
honra y hermosura” (
Éxodo 28:2
), fué la instrucción divina que se
le dió a Moisés. El hábito del sacerdote común era de lino blanco
tejido de una sola pieza. Se extendía casi hasta los pies, y estaba
ceñido en la cintura por una faja de lino blanco bordada de azul,
púrpura y rojo. Un turbante de lino, o mitra, completaba su vestidura
exterior.
Ante la zarza ardiente se le ordenó a Moisés que se quitase las
sandalias, porque la tierra en que estaba era santa. Tampoco los
sacerdotes debían entrar en el santuario con el calzado puesto. Las
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partículas de polvo pegadas a él habrían profanado el santo lugar.
Debían dejar los zapatos en el atrio antes de entrar en el santuario,
y también tenían que lavarse tanto las manos como los pies antes